sábado, 27 de julio de 2024
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La Sociedad de los Economistas Difuntos

¿Cuáles son las falacias económicas mas típicas que rondan las mentes de economistas y divulgadores locales?.  Valentín Gutierrez,  con la rigurosidad que lo caracteriza,  una vez nos muestra el camino de la razón versus el camino de la falsa dialéctica impuesta en los medios y en las aulas.

 

Friedrich von Hayek y John Maynard Keynes fueron dos de los economistas más famosos e influyentes del siglo XX. Y si bien tenían cosmovisiones contrarias en lo que a economía respecta, existía entre ellos un gran respecto intelectual. Algo que sí tenían en común, sin embargo, es que ambos reconocían el poder que tienen las ideas para cambiar nuestras sociedades. Sostuvo Keynes en la última página de su Teoría General:

“Las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más fuertes de lo que comúnmente se piensa. En realidad, el mundo está gobernado por poco más que esto. Los hombres prácticos, que se creen completamente libres de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto”.

En mi opinión, si hay algún aporte de Keynes con el que vale quedarse, es este. Es que como explicó el británico, las ideas que creemos nuevas, así como la mayoría de ideas que recurrentemente escuchamos en materia política y económica, no lo son en realidad. Debemos remontarnos a la historia del pensamiento económico para desbaratar las falacias y sofismas que de tiempo en tiempo nos rodean, volviendo a veces con más fuerza, pero probadas mil veces equivocadas. Y es que curiosamente, el economista difunto más vigente en nuestra época es posiblemente el mismo John Maynard Keynes.

Si vamos al caso argentino, ya documentó años atrás el profesor Fernando Rocchi que “en el período 1880-1916, la economía argentina experimentó un crecimiento tal que la llevó desde una posición marginal a convertirse en una promesa destinada a ocupar en América del Sur el lugar que los Estados Unidos tenían en América del Norte”. Hoy, evidentemente, esa promesa -ese país que querían nuestros abuelos- nunca llegó a completarse. El por qué es el punto de este artículo: las ideas.

La Argentina es diferente al resto del mundo

La primera idea que tenemos que olvidar, si queremos recuperar la senda del crecimiento, es que la Argentina es distinta al resto del mundo. Que lo que funciona en otros países no podría hacerlo acá, o que la lógica de la economía, ya sea por los actores propios u otra razón, no funciona en Argentina. Precisamente fue este debate el que hizo famoso -aunque no muy querido en principio- al fundador de la Escuela Austríaca de Economía, Carl Menger, quien peleó en solitario contra la corriente intelectual de su época.

Carl Manger

A diferencia de lo que creía el Historisismo alemán, del cual al parecer quedan rezagos a día de hoy, Menger explica que no deben construirse postulados ficticios ni agregados construidos arbitrariamente, como el nivel de precios, los capitalistas, los terratenientes y los trabajadores, para construir teorías en base a ellos, sino que, en vez de tomar esos fenómenos como punto de partida, intentar explicarlos como resultado de factores más fundamentales. Así, Menger sentó las bases para una teoría económica que permaneciera en contacto con el mundo real. A saber, que los fenómenos complejos de la economía política resultan de elementos simples, y que cosas como los bienes económicos, el valor, el intercambio, los precios, las tasas de interés y el dinero, tienen propiedades y leyes a las que están sujetas en todo momento y lugar. Esto es así porque la economía, como ciencia social, se basa en el comportamiento humano -la praxeología- y esta no es distinta en Europa, Asia o la Argentina.

El valor objetivo

Nuevamente vuelvo al padre austríaco, posiblemente uno de los hombres más importantes en la ciencia económica, pero desconocido en Argentina. Importante es entender que lo de Menger fue una doble revolución, un giro copernicano a toda la economía. No solo sentó la existencia de leyes económicas universales en su debate contra el Historisismo, sino que también fue parte de la revolución marginalista que dejó atrás a los clásicos.

Antes de él, de Jevons y de Walras, los economistas intentaban explicar el valor de las cosas por cualidades de los bienes mismos. Debía haber alguna propiedad dentro de los bienes que los haga valiosos, ya sean los costos de producción o el trabajo incorporado. Como si del Santo Grial se tratara, años de búsqueda llevo a los economistas encontrar la respuesta de por qué las cosas valen lo que valen. Lejos estaban entonces de la repuesta, debido justamente a que la utilidad no es algo objetivo, sino una propiedad que la mente humana asigna a las cosas que nos reportan una mejor vida. Después de todo, el secreto estaba en nosotros mismos.

Vale recordar la lección de Menger cuando escuchamos que deberían fijarse costos o controlar las cadenas de producción para reducir los precios. Esto no puede más que generar distorsiones o estrangulamientos a diferentes empresas y dar lugar a ineficiencias. También en lo que respecta al trabajo. Este, como mercancía, no tiene valor en razón de sí mismo, sino que tiene valor en medida que sea útil para otros, y lo que hace valioso al trabajo es el proceso de producción bajo el cual lo pone el empresario. Estos agentes son socios que se necesitan mutuamente, no contrapuestos como plantearon los marxistas. Cuando entendamos esto sin duda avanzaremos a un ambiente de concordia más favorable para todos.

Hay que fomentar la demanda

Otro mito bien difundido en nuestro país, para gusto de los políticos populistas, es el de la economía por el lado de la demanda. De Keynes y sus seguidores intelectuales se sigue que la demanda y el gasto deben ser cebados hasta el cansancio, puesto que es la demanda agregada el motor más importante de la economía. El daño que ha causado esta idea a nuestro país es enorme, justamente porque es la abstención de consumir, es decir el ahorro, el verdadero motivo por el que crecen los países. A su vez, se pasan por alto dos cosas. Primero, que la demanda no necesita ser estimulada, ya que las necesidades humanas son infinitas, y en segundo lugar, que para consumir, alguien debe producir primero.

Como acertara Jean Baptiste Say hace mucho tiempo, resulta que si yo quiero demandar algo en el mercado, previamente tengo que ofrecer algo en el mercado. Esto es así porque la contraparte de la transacción me va a demandar algo a mí a cambio de lo que yo estoy solicitando. De esta forma, la oferta es demanda y la demanda es oferta: en toda transacción en el mercado ambas partes son compradoras y vendedoras al mismo tiempo. Por ende, si alguien ofrece algo que nadie quiere no podrá venderlo, y en consecuencia no recibirá recursos para poder demandar lo que otros produzcan. Así, lo que no entiende la síntesis keynesiana, es que, si queremos que la gente demande más, antes debemos producir más. Nada es gratis y todo alguien lo tiene que pagar. A fin de cuentas, incluso las deudas deben saldarse en algún momento, y como nadie quiere papeles sino lo que puede comprar con ellos, la única forma de hacerlo es produciendo. Obviar esto nos lleva a la siguiente falacia.

La creación de dinero es buena

En el centro del debate entre Keynes y Hayek se encuentra algo conocido por todos: el dinero. Keynes creía que la expansión de la oferta monetaria pone recursos ociosos en actividad, logrando una disminución del desempleo y un aumento del ingreso real. Esta expansión, según él, no sería inflacionaria, porque la mayor creación de bienes la compensaría. Ambas partes de esta concepción, vigentes en cierta medida, fueron refutadas por ganadores del Nobel: Milton Friedman y el mismo F.A. Hayek.

La idea de que el dinero puede reducir el desempleo se ve palpable en un modelo llamado Curva de Phillips. De acuerdo a este, la inflación puede reducir el desempleo al incentivar el gasto, poniendo recursos a la obra. Es aceptado que esto puede ocurrir en el corto plazo. No obstante, como con muchas cosas de la vida, no es bueno el abuso. Entran aquí en juego las expectativas adaptativas, y es que, si algo hemos aprendido las personas alrededor del mundo, es a adaptarnos a las cosas que nos pasan. La ilusión monetaria podrá engañarnos una vez, sobre todo a aquellas sociedades que no están acostumbradas a esta, pero con el tiempo, la gente da cuenta de que el nuevo dinero no la ha hecho más rica; de que no se ha producido más como para justificar más gasto. De esta forma, en lugar de aumentar el consumo, lo que hace la expansión monetaria es que suban los precios, pero quedándonos en el mismo lugar que antes, con el mismo nivel de desempleo aunque en una condición peor.

CURVA DE PHILLIPS CON EXPECTATIVAS ADAPTATIVAS

La parte del ingreso real tampoco es cierta. Sí pueden aumentar rentas particulares en el corto plazo, pero a la larga la creación exógena de dinero planta el germen de los ciclos económicos, empobreciéndonos a todos. Con el nuevo dinero se distorsionan los precios, que son las señales que guían a los agentes. Sin ellos navegamos a ciegas, llevándonos esto a asignar recursos de manera ineficiente y dando lugar a una posterior liquidación de malas inversiones que nunca habrían tenido lugar sin la intervención monetaria. Incluso con el aumento artificial de la riqueza en breve, a la larga se planta la semilla para las crisis. Claro que esto no es sencillo de ver para la mayoría de nosotros, pero la economía muchas veces funciona como la física, y todo lo que sube, especialmente si es demasiado rápido, tiene que bajar. Se modeliza de la siguiente forma:

TEORÍA DEL BUSINESS CYCLE

Inflación multicausal

Como ya habrán percatado, intervenir en cualquier mercado tiene consecuencias, sin ser el mercado de dinero una excepción. Es sencillo, el dinero no es neutral. Y su expansión desmedida es la causa de un mal por todos consabido: la inflación. Los primeros en advertir los peligros de aumentar la cantidad de dinero fueron posiblemente los economistas de la escuela de Salamanca. Notaron ellos siglos atrás que al llegar enormes cantidades de oro desde América a España, lo que crecía no era lo que ese oro podía comprar, sino los precios. Es en la oferta y demanda de dinero donde reside el corazón del problema inflacionario.

Pensémoslo así, en una economía de trueque, cuando un precio sube, indefectiblemente otro debe de bajar. No hay forma posible de que ocurra ese “aumento generalizado” al que ya tan acostumbrados estamos en el país del tango. Propiamente, lo que sube no son los precios, sino que cae el valor de nuestra moneda. Es el dinero el que crea precios nominales, de otra forma solo existen precios relativos, por lo que la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario.

 

Fueron en Argentina Raúl Prebisch y los desarrollistas quienes establecieron equivocadamente la idea de una inflación multicausal, así como otras tantas malas ideas: ¡La escasez de dólares!

Restricción Externa

De la boca de distintos miembros del Estado, así como en los medios de comunicación, reiteradas veces hemos oído que la escasez de dólares impide nuestro desarrollo. Y es cierto que faltan dólares. Pero la llamada restricción externa, que no ocurre en ningún otro país, no es más que consecuencia de nuestras propias políticas. Con todo lo que nuestra tierra y nuestra mente tienen para exportar, si algo debiera sobrar en nuestro país son las divisas.

Ahora bien, así como la deuda es hija del déficit, (y no del equilibrio presupuestario que defendemos los liberales) la escasez de dólares es hija de las políticas de nuestra propia autoridad monetaria y de la insistencia de nuestros dirigentes por esconder la realidad. Porque cuando uno fija precios por debajo de lo que establece el mercado libre, lo único que genera es escasez, especialmente si -como es el caso del dólar- la brecha generada es cercana al 100%.

Aproximadamente 50 años hemos vivido bajo distintos regímenes de controles de cambios desde 1930 hasta hoy. Para evitar el desangre de divisas que genera un dólar oficial subsidiado, lo que hacen nuestros políticos posteriormente es establecer cepos, impidiendo a los ciudadanos ahorrar en moneda fuerte, obligándolos a ir al mercado negro o a perder todo lo que tienen en la inflación. Cada vez, la brecha es más difícil de sostener, por lo que ante la falta de libertad no queda más opción que aumentar la intervención en todos los lugares donde sea posible, prohibiendo importar, poniendo impuestos a los gastos en el exterior, alterando las cadenas de insumos, adelantando ingresos futuros, endeudándose, etc. Todo para mantener un tipo de dólar ficticio que es completamente desalentador para todos los generadores de divisas, y completamente tentador para los pocos que pueden acceder a él. Así, los costos de todo tipo a los que nos ha llevado el control de cambios son incalculables.

Abrirse al mundo es perder cosas

Por último, quiero dedicar unas líneas al intercambio comercial. La cantidad de hombres de paja que se han construido en torno a este es enorme, muchas veces, o casi siempre, con el mero objetivo de defender intereses particulares. Con raíces en los economistas mercantilistas, se esgrime que son buenas las exportaciones, pero no las importaciones. Se dice, además, que la apertura genera desempleo, que la competencia internacional es injusta o que debe protegerse a las empresas que nacen en nuestra tierra.

Lo que no se quiere ver en esta materia, empero, es que se genera con la barrera comercial en caldo de cultivo para el capitalismo de amigos. Al bloquear la competencia, los empresarios locales acceden a conductas perniciosas, beneficiando el Estado a unos pocos a costa de todos los demás. Con el mercado protegido, se da lugar a aumentos de precios y bajas de la productividad no comunes es situaciones libres. Asimismo, mientras se favorece la ineficiencia, la riqueza potencial, que nunca llega a crearse por culpa del proteccionismo, es enorme. Sucede que, si los consumidores pudieran acceder a bienes y servicios más baratos provenientes del exterior, el mayor ingreso disponible se traduciría en más puestos de trabajo, más consumo, más ahorro y más inversión, a parte de la mejora en la calidad de vida por suministros de mejor calidad.

Las empresas también saldrían más favorecidas de la competencia, moviendo el mercado la estructura de la economía a aquellas actividades en donde somos mejores, y donde los salarios naturales son más altos porque nuestra productividad es mayor. Sobre las cosas que nuestros vecinos hacen mejor que nosotros no debemos preocuparnos, estaremos mejor intercambiando con ellos que perdiendo el tiempo intentando hacer todo por nosotros mismos. En el intercambio y la división del trabajo descansa, como la llamara Adam Smith, la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones.

Palabras finales

Llegamos al final de este texto con una concepción más clara de la literatura económica. Repasamos, -aunque podríamos seguir- las raíces de muchas de las ideas que se enconden en lo más profundo de nuestra mente, pero que se materializan repetidas veces en concepciones equivocadas sobre el mundo que nos rodea, y más grave aún, en política económica que afecta la vida de todos.

Invoqué en párrafos anteriores a muchos economistas difuntos, muchos de los que creo vale dejar descansar, pero también a otros cuya visión se ha mostrado más acertada con el devenir de la historia. Más allá de saber sus nombres, o los títulos de sus conceptos, si considero acuciante que como sociedad cambiemos nuestras referencias, nuestras más reservadas intuiciones, cuando escuchamos una propuesta o una alternativa. Como dijera Hayek en Camino de Servidumbre: “Si a la larga somos los hacedores de nuestro propio destino, a corto plazo somos cautivos de las ideas que hemos engendrado. Sólo si reconocemos a tiempo el peligro podemos tener la esperanza de conjugarlo”.

 

Finalmente, parece que en la Argentina estamos cambiando nuestras ideas, eligiendo otras para construir nuestro futuro. Tal vez así, con mejores autores en nuestra cabeza, podamos recuperar ese anhelo de progreso, ese futuro de país, -la promesa perdida- el país que querían nuestros abuelos.

Valentín Gutierrez

Sobre los efectos nocivos de la inflación

Contra qué nos enfrentamos

Los interesados en asuntos económicos solemos referirnos a la inflación como el aumento generalizado y sostenido del nivel de precios en el tiempo, y la explicamos mediante la ecuación cuantitativa del dinero. Esta expresa que la cantidad de dinero (M), multiplicada por la velocidad de circulación (V), -que es la inversa de la demanda dinero- es igual a los precios (P), por la cantidad de transacciones (T). Así, suponiendo a V y a T como constantes, los precios de la economía solo dependen de la cantidad de dinero que por ella circula para realizar todos los intercambios. En tanto, como decía Milton Friedman, podemos asegurar que la inflación es “siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”.

Esto es más fácil de demostrar cuando pensamos en una economía de trueque, -sin dinero- en la que se intercambian bienes por otros semejantes. Cuando sube el precio relativo de uno de ellos, indefectiblemente otro debe de bajar: Si una naranja pasa de costar 2 manzanas a costar 4, el precio de la manzana varió de media naranja a solo costar un cuarto de esta. Advertimos entonces que sin dinero no es posible ese “aumento generalizado” que mencioné previamente.

Por ende, la inflación consiste en la pérdida de poder adquisitivo del dinero, y como los precios de todos los bienes están expresados en unidades monetarias, su secuela principal es el aumento estos. Por otra parte, las únicas responsables por ella, mientras la demanda de dinero sea estable, son las políticas monetarias del Banco Central, las cuales aumentan y disminuyen la oferta dineraria con diferentes operaciones, aunque dirigidas por normas como el Inflation Targeting o la Taylor Rule.

Por qué debería preocuparnos

La inflación -al igual que muchas otras políticas- influye directamente en los precios, los cuales indican a los agentes como actuar y guían su comportamiento. Por ejemplo, en situaciones normales, cuando un precio sube es la señal para que los productores reorienten sus recursos y aumenten la producción. Pero cuando hay inflación los precios no solo suben, sino que empiezan a distorsionarse, volviendo las señales en el mercado cada vez más difusas. En consecuencia, al distorsionar los precios la inflación envía señales erróneas y confunde a los productores y consumidores. Los precios son señales para el mejor funcionamiento del mercado de la misma forma que los semáforos son señales para el mejor funcionamiento del tráfico, de modo tal que estos deben permanecer inalterados para alcanzar los mejores resultados, en caso contrario, como en la metáfora, puede haber daños terribles (como la escasez o el desperdicio).

Otro efecto evidente de la inflación es la reducción del ahorro, que se ve desmotivado por la pérdida de valor en medida que los agentes prefieren otros activos líquidos en donde mantener su riqueza. Esto tiene apalancado una reducción del crédito y consecuente disminución del sistema financiero, ya que las personas se refugian en monedas de otros países y dejan de utilizar herramientas locales como el Plazo Fijo.

Asimismo, aumentan con este fenómeno los costos de transacción asociados a la búsqueda de información, que ocupa a los ciudadanos cuando recorren las calles en busca de mejores ofertas. Podríamos mencionar, además, la pérdida invisible de utilidad que hay en el no uso de ese tiempo para otros fines más valiosos.No obstante, los consumidores no son los únicos que sufren la inflación; sino que los empresarios pierden cuando se dificulta el cálculo económico y se acota el horizonte de planeamiento. Ganan, empero, cuando aprovechan la distorsión de precios en detrimento de la competencia, aprovechándose de los compradores que no saben cuando algo es caro o barato, o qué proporción de costos supone un respaldo al efecto inflacionario.

Argentina y un mal que ya forma parte de la propia cultura (historierta «Mafalda», de Quino, decada del 60)

Las consecuencias continúan, vale agregar la reducción de la inversión externa e interna, la alteración que sufre el comercio internacional cuando se modifica el tipo de cambio real, la tendencia al bimonetarismo en ciertos mercados, o los efectos recesivos sobre la economía en su conjunto.

De manera no regulada, la inflación incluso redistribuye riqueza desde los asalariados -que mantienen en dinero todo lo que tienen- hacia los ricos, cuyas acciones y bienes aumentan nominalmente, dando lugar a una mayor desigualdad de manera injusta y arremetiendo contra la democracia liberal mientras crece el resentimiento y la disconformidad en la sociedad.

Es el gobierno el gran ganador de todo el proceso inflacionario, que, al crear nuevos medios de intercambio, substrae poder adquisitivo de todos los ciudadanos para financiar sus gastos. En el pasado los reyes lo hacían limando las monedas de oro para quedarse con parte de su metal y gastarlo en sus propios deseos, esto no ha cambiado hoy, a pesar de la sofisticación del proceso. Y cuanto más monetizan los Estados sus presupuestos, más crece la inflación que les sigue acompañada. Esto puede llegar a casos extremos, si no se encuentra por una u otra razón más forma de financiación que la emisión de dinero.

Qué hacemos

Es por todas estas razones que debemos acabar con el problema de la inflación cuanto antes sea posible, y evitar a toda costa que se transforme en uno de los grandes males de nuestro tiempo. La forma de hacerlo es terminando con todos los dispendios innecesarios del Estado y saneando sus cuentas. Un mensaje creíble por parte de las autoridades monetarias también es favorable en medida que se conserve credibilidad. Si no hacemos esto, por duro que sea, seguiremos empobreciéndonos día a día, hundiéndonos en el espiral inflacionario que nosotros mismos generamos al confundir dinero con riqueza. Una mayor oferta dineraria jamás logrará enriquecernos, sobran medios de pago, lo que hace falta es una mayor cantidad de bienes y servicios que solo el funcionamiento del mercado libre puede producir.

Auotor:  Valentín Gutierrez

Lic. en Economía (en curso), colaborador de la Fundación Libertad y Progreso, Alumni de Estudiantes por la Libertad.  19 años

 

Marx: ¿Ciencia o Religión?

Los Intermediarios

El hombre, a diferencia de los animales carnívoros depredadores, piensa, busca explicaciones a su lugar en el cosmos, y necesita justificar o establecer la legitimidad de sus acciones.

El león, cuando tiene hambre, mata y come. Si quiere liderar la manada, se pelea con otros machos, y -si gana- impone su liderazgo y el derecho a preñar a cuanta hembra se le presente. En ningún momento piensa si su acción está bien o mal.  El hombre, por el contrario, desarrollará toda una teoría que justifique sus acciones tanto para sí mismo como para el resto de la sociedad.

En la época de las cavernas, antes del lenguaje hablado, es de suponer que el comportamiento era bastante más cercano al de los animales: pura fuerza física para satisfacer sus necesidades y para imponerse a la tribu.

El miedo a los incomprensibles fenómenos naturales llevó al ser humano a “adorar” a los elementos y a crear toda una literatura teológica que justificase y explicase las vicisitudes por las que pasaba, y también diera fundamento al orden social imperante. Una vez establecido el principio de que había dioses o entes superiores, se creó la noción de que había “intermediarios” con los dioses, así como ciertos “elegidos” por ellos. Al principio, el rey era EL “elegido” por los dioses para reinar en su nombre y además era el “intermediario”, oficiando de rey y de sumo sacerdote a la vez.

Los faraones, y los reyes de Sumeria son un buen ejemplo. Un detalle es que estos dioses mostraban una idiosincrasia muy humana: se comportaban como los hombres, con sus rencores, envidias, caprichos, amores, triunfos y traiciones. Los griegos llevaron esta teogonía a su máxima expresión. La guerra de Troya en realidad fue un torneo deportivo entre dioses para ver quien era el mejor, sin pelear entre ellos, usando de actores/protagonistas de los conflictos a sus mortales favoritos.

Para justificar su superioridad, los intermediarios empezaron a desarrollar una terminología diferente, y rituales cuyos estrictos pasos solo ellos sabían cómo ejecutar. Y así la clase sacerdotal fue creciendo, convalidando a la realeza, obteniendo a cambio la protección de las armas reales. Por ejemplo, Roma empezó como una república oligárquica donde el título de cónsul, o líder supremo, se iba alternando entre los senadores (patricios, nobles, los elegidos). Julio César fue un innovador que manteniendo el aspecto formal de que la suma del poder estaba en manos del senado que concedía el consulado a quien lo mereciese, se apropió vitaliciamente de este título temporario, hasta que fue asesinado por un grupo de senadores.

Octavio Augusto

Su sucesor, Octavio, acabó con esa tradición pseudo democrática, y devino en Augusto estableciendo el culto al emperador, haciendo que Roma volviese al sistema del antiguo Egipto, donde el faraón era directamente un dios.

Las invasiones germánicas alteraron el modelo romano, pero mantuvieron el concepto de seres superiores a otros nacidos para gobernar por mandato divino. Entre las tribus germánicas, los líderes eran elegidos por la asamblea de hombres libres; pero solo los miembros de ciertas familias podían acceder al liderazgo tribal.  Esta fusión entre lo bárbaro y lo romano fue la base de la nobleza feudal, con el rey a la cabeza, y los altos cargos del clero, que en su mayoría la nobleza capturó para sí.

Menciono a la Iglesia pues durante la edad media, si bien ella ejercía el monopolio en el gobierno del “alma”, y aunque declamaba riqueza espiritual y pobreza material, amasó una inmensísima fortuna en tierras, edificios, y tesoros materiales. De hecho, la iglesia pasó a ser el terrateniente más grande de Europa, y Roma la capital del nepotismo y de la intriga política. La iglesia, por el uso del latín y por su estructura jerárquica, administrativa y territorial, fue la continuadora del imperio romano.

El Marxismo- que fue producto de un intelectual mantenido por la misma “clase” a la que quería destruir- surgió a finales del siglo XIX y floreció magníficamente en los albores del siglo XX, muchos siglos después del establecimiento del catolicismo apostólico romano.  Sin embargo, en infinidad de aspectos abrevó en la doctrina y la escolástica cristianas.

El paralelo se ve claramente, aun para el ojo no muy avezado: un nuevo reino en la tierra proclamado ya no por Jesús sino por Karl Marx. Este reino de felicidad y abundancia ocurriría en la tierra una vez que el ser humano se arrepintiera de sus pecados (“carnales” para el cristianismo, y “materiales” para el marxismo) y pudiera recibir en su corazón la gracia divina ya no del dios bíblico sino de su versión más moderna que era la revolución del pueblo pobre/proletariado.   Para explicar este nuevo advenimiento en forma “científica”, el discurso marxista paradójicamente sigue la tradición eclesiástica: usa tautologías retóricas repetidas ad nauseam, que no son más que artículos de fe que no explican nada.

¿Por qué decimos que Marx se equivocó?

El San Pablo del comunismo varias veces equivocó en sus pronósticos:

  1. No hubo ninguna revolución del proletariado en Inglaterra.  Por el contrario, el proletariado pudo -gracias a la democracia parlamentaria- alternarse legalmente en el gobierno con los sectores más “burgueses”, participando activamente en la vida política inglesa.
  2. La revolución profetizada por Marx sí ocurrió, pero en el imperio ruso, un país que todavía mantenía una estructura social feudal precapitalista, que de acuerdo a la liturgia marxista era el candidato menos probable.
  3. Planteó el devenir histórico como la evolución de la lucha de clases por el control y propiedad de los medios de producción. Este concepto agrario-medieval del sistema de producción ya era obsoleto en la época de Marx. Efectivamente, en la Europa más desarrollada -Inglaterra, Imperio Alemán, Suiza, Francia, y algunas regiones de Italia-, el método anquilosado de una nobleza propietaria de todo y la mayoría del resto de la población atada a la tierra con la obligación de trabajar gratis para el señor, ya había mutado a un sistema capitalista más moderno que consistía en pagar una renta en metálico por el uso de la tierra.

¿Es necesario adueñarse de los medios de producción para beneficiarse de su fruto?

El conflicto de clases se reduce a quién se apodera de las rentas generadas por el esfuerzo de la clase “no elegida”: los esclavos, los siervos de la gleba (semi esclavos o campesinos atados a la tierra), y los hombres libres (comerciantes, artesanos, obreros, etc.).

La respuesta a la pregunta la encontramos en la Argentina que es el mejor ejemplo de cómo no hace falta adueñarse de los medios de producción para ganar la “lucha de clases”. En nuestro país, la “nobleza” u oligarquía dominante ya no es la antigua aristocracia vacuna, sino la nueva casta política que detenta el poder. Este grupo inventó una democracia sui generis donde una vez cada cuatro años participamos de la farsa de elegir a nuestros «representantes», quienes  -sin importar el partido al que pertenezcan- sólo se representan a sí mismos. La casta gobernante no necesita decretar la confiscación de los medios de producción -como le habría gustado a Marx-. En la Argentina puede alcanzar el mismo objetivo económico simplemente apropiándose de las rentas generadas por el esfuerzo de los ciudadanos, a través de las decenas de impuestos, normas arbitrarias, prohibiciones generales, y la concomitante corrupción. El estado es el socio mafioso al hay que pagar, aunque uno no tenga con qué hacerlo.

Es decir, Marx planteó erróneamente que para poder hacerse una tortilla había que ser el dueño de la gallina. Y la historia probó que no es necesario ser el dueño de la gallina: basta con adueñarse de los huevos que pone.

El Dilema de la Corrupción en la Política Argentina

“El ser humano es un animal con una tendencia biológica a la corrupción”, sostiene Luis Fernández, profesor de psicología en la Universidad de Santiago de Compostela y autor del libro Psicología de la corrupción y los corruptos, “con tendencia a lo que llamaríamos ser un free-rider, o un gorrón, a aprovecharse del sudor de los demás”, y, llegado el extremo, “a aprovechar cualquier cargo en beneficio propio”.

La corrupción, en especial, la corrupción “estructural” como la que sufre la Argentina, no es obra de una extraña maldición que azota a este país.  De un designio malvado que condena a esta región del mundo.  Tampoco es la obra (como muchas veces se dice) de una particular anomalía moral que reside en la mente o el espíritu de los argentinos.   Con absoluta certeza, se puede afirmar que si un japonés o un suizo, arriban a estas costas, empiezan actuar como argentinos mucho más rápido de lo que uno imagina.  De la misma forma, asombra ver a argentinos por el mundo, que residen en otros países, y se comportan de una forma completamente diferente a como solían comportarse en Argentina.

¿En que consiste la diferencia?

La clave de la corrupción estructural es sin duda el “sistema”.  El sistema jurídico basado en controles, reglamentos, autorizaciones, habilitaciones, etc.    Todo sistema donde la preeminencia de la firma de un funcionario público haga una diferencia a una persona, será por definición un sistema “proclive” a la corrupción. Es, por lo tanto, el nivel de estatismo e intervencionismo el que genera un “entorno propicio” a todo tipo de corrupción.  Pequeñas y grandes. Esto es una de las razones por la que los países con menos corrupción son aquellos donde el sistema de libre mercado se ejerce con mayores niveles de plenitud.  Otra consecuencia virtuosa del sistema liberal, pocas veces resaltada.

La psicología de la corrupción

Discutido este gran paraguas genérico, identificaremos su matriz individual y grupal. Básicamente, el camino que lleva a la corrupción es una combinación de:

  • Un entorno propicio.
  • Oportunidades.
  • Determinados tipos de personalidad.

Creación del Entorno Propicio para la corrupción política

Es fundamental que el corrupto o los corruptos dispongan de un entorno totalmente controlado. En donde la información no salga de su grupo, en donde cuántos menos sean los que dispongan la información más control y más seguros se sientan. Por otro lado, cualquier atisbo de moralidad o de conflicto interno que pueda desenmascarar el accionar del corrupto o del grupo de corruptos es atacado por personas que se auto consideran “superiores o jefes” y si la persona persiste en sus ideas es excluido del grupo con cualquier tipo de manipulación, cortándole el acceso a la información, ocultando sus críticas y difamándolo entre la mayor cantidad de gente posible hasta el punto de excluirlo formalmente o hasta que la persona o el grupo de personas se vayan por sí solas. También la información parcial y subjetiva y el miedo juegan un rol fundamental para controlar el entorno. La confianza, la obediencia y la falta de libertad de pensamiento crítico también es clave para que el entorno perdure en el tiempo.

Dícese de Persecución Política al conjunto de acciones represivas o maltrato persistente realizadas por un individuo o, más comúnmente, un grupo específico, sobre otro grupo o sobre un individuo, del cual se diferencia por la manera de pensar, opinar y/o por determinadas características políticas.

Oportunidades

Cuando el entorno propicio está perfectamente controlado se comienzan con pequeños actos de corrupción para ver de qué manera impactan en el grupo y para ir distribuyendo los beneficios de dichos actos. Si hay personas que se ofenden y critican se procede a justificarse de manera razonada y si no ceden en su postura se continua con la persecución política para excluirlas. También otras personas se pueden sumar al grupo y se les va suministrando información según la confianza que demuestren, su obediencia y las reacciones que vayan teniendo por la información que reciben.

“La corrupción muchas veces comienza con la idea de cometer una infracción una sola vez, pero si sale bien, si no es descubierto, hay un incentivo para incurrir de nuevo en esa conducta», explica Antonio Argandoña, profesor de Economía y titular de la cátedra ‘la Caixa’ de Responsabilidad Social de la Empresa y Gobierno Corporativo del IESE.

Tipos de personalidades

Las personalidades narcisistas y antisociales son las más propensas a la corrupción y son las que suelen encabezar los grupos de corruptos.  El rasgo predominante de la personalidad narcisista es el egocentrismo, es decir, utilizar a los otros para fortalecer su autoestima y satisfacer sus deseos.

La personalidad antisocial, por su parte, conlleva una frialdad emocional, una carencia de ética y un comportamiento basado en el engaño y la manipulación, sin remordimiento por las consecuencias de sus actos.

Por lo que se concluye que un corrupto es una persona que realiza un proceso premeditado, razonado y calculado de costes y beneficios.

Otros tipos de personalidades que acompañan a los grupos corruptos son los obedientes y los sumisos, aquellos que siguen las órdenes y no las objetan bajo ningún punto de vista. Estos últimos son los que más suelen rotar en esta clase de grupos porque se desgastan, tienen otras actividades y se los pueden ir reemplazando por otros desprevenidos que ingresan al grupo de buena fe.

Claves para evitar estos grupos y como detectarlos

Lo primordial es la información, como individuos podemos caer en estos grupos sin darnos cuenta. Un buen ejercicio como ciudadanos de bien es recurrir a varias fuentes de información, en lo posible información de acceso público, como páginas web de Entidades reconocidas. Para la política existe la Cámara Nacional Electoral, la DINE, los distintos juzgados electorales provinciales, y otros organismos públicos que suministran información.

Si la información no se encuentra de manera pública o es de difícil acceso es importante observar el comportamiento de las personas y hacerse algunas de estas preguntas:

  • ¿La información que disponen la comparten de manera pública?
  • ¿Se exponen públicamente a recibir preguntas y críticas y a responderlas?
  • ¿Hacen comentarios mal intencionados sobre personas que no están presentes?
  • ¿Reconocen sus propios errores, piden disculpas y evitan volverlos a cometer?
  • ¿Cuándo se les pide información concreta la otorgan inmediatamente?
  • ¿Suelen hacer reuniones públicas para suministrar información a todos aquellos que quieran escuchar?

Conclusiones

Para combatir a la corrupción en todos sus ámbitos es importante que las personas de bien se eduquen, sepan como detectar los hechos de corrupción por más mínimos que sean, los expongan o al menos se alejen de ellos.

En un país, como la Argentina, en donde la corrupción empieza a generalizarse, en donde los corruptos pocas veces son castigados el incentivo para ser corrupto es mayor que en un país en donde todas las personas son honradas y los corruptos son severamente castigados.

Es por eso que los liberales y los libertarios si queremos cambiar este sistema político corrupto tengamos cuidado, mucho más si nos metemos en política. Hay que estar atentos, las ideas de la libertad no se negocian ni se deben corromper.

Fuentes:

https://www.rtve.es/noticias/20130915/como-funciona-mente-corrupto/746221.shtml

https://es.wikipedia.org/wiki/Persecuci%C3%B3n

Liberalismo Radical y Liberalismo Republicano

Existe un consenso generalizado en el liberalismo que los principios rectores de la filosofía liberal son el derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a la propiedad. Donde no existe consenso generalizado es la forma en que estos principios se interpretan en las distintas vertientes filosóficas y materiales. Es decir, cada expresión del liberalismo suele organizar sus postulados en función de estos derechos de distintas maneras y en distintos grados, destacando entre ellas lo que se denomina como Liberalismo Radical o Anarquismo Liberal.

Al igual que otras tendencias políticas, esta vertiente del liberalsimo adopta una fuerte simbología.

Esta vertiente, considerada a sí misma como la versión “pura” del liberalismo, reconoce exclusivamente en el individuo y en la expresión de esa individualidad exenta de externalidades, como la única forma válida de la filosofía Liberal, prescindiendo así de cualquier tipo de estructura colectiva que “limite” o “condicione” al individuo.

Así vemos como se pregona una lucha sin cuartel contra las instituciones tradicionales y las más novedosas, por considerarlas fuente de adoctrinamiento y condicionante de la persona.

Entendemos que es válido expresar al liberalismo en esos términos, en tanto sepamos que se plantea sobre  postulados absolutos que difícilmente tengan luego correlato con la realidad empírica. Partir de principios filosóficos absolutos y proyectarlos ad infinitum constituye la base del adoctrinamiento, sea del origen que sea. El fanatismo y el dogmatismo no son ajenos a ningún tipo de ideología o pensamiento: solo el individuo puede evitarlo a través de su aprendizaje, de la observación crítica del mundo y de sí mismo.

Eliminen al Estado

La génesis de la demonización del Estado, principio fundacional del liberalismo radical, se encuentra en la idea de que todo monopolio es malo por naturaleza. Luego, al ser el Estado una expresión del monopolio de la fuerza, debe combatirse hasta su desaparición.

Este razonamiento presenta dos desafíos:

    • En primer lugar, la entidad “Estado” no existe como manifestación pura, se corresponde con un conjunto de actores, recursos, instituciones y relaciones específicas, por lo que en teoría detenta un “monopolio” que en la práctica, no es tal
    • En segundo lugar, la alternativa extrema del individuo como soberano absoluto de sí mismo, ¿no es acaso una forma de monopolio?

Por otro lado, dejar al “libre mercado” como institución modelo para la regulación de las relaciones sociales es tan absurdo como pretender que el estado regule las relaciones comerciales.  El mercado como institución ha sido concebida y perfeccionada para ser eficiente en la gestión de las relaciones económicas y laborales.

Paradójicamente, los actores, procesos y resultados que involucran a las funciones del libre mercado necesitan inexorablemente de estructuras colectivas para funcionar de manera eficiente. Y si proyectamos esa eficiencia en un modelo de escala, es probable que gran parte de las relaciones económicas devengan en formas monopólicas u oligopólicas, no de origen político, sino técnico – económico. Puede darse que se generen mercados ineficientes hasta de manera fortuitas, como por ejemplo, que un grupo limitado de actores controle ciertos recursos escasos por obra del azar, la casualidad o la disponibilidad.

De esta manera, ¿el mercado está exento que sus actores busquen formas de acceder a la idea de poder absoluto?

Seguidamente se expresa que solo el comercio es el motor del progreso, fundamentándose en las relaciones de cooperación que genera, redundando en un ciclo de prosperidad. Sin embargo, pretender que la actividad comercial no está exenta de conflictos, ambiciones o sentimientos oscuros es sobreestimar el papel del intercambio oneroso como actividad humana.

Individuo y Sociedad

Es verdad que las guerras las hacen los estados, pero no pocas veces los intereses económicos han movido esos resortes. Por último, reflexionemos:

    • ¿No son acaso los mismos humanos quienes actúan en los estados y en el comercio?
    • ¿Es lógico esperar actitudes absolutamente diferentes por el solo hecho de actuar en entornos diferentes? ¿Es posible que el mismo individuo que actuando en el marco de las instituciones estatales es traicionero, conflictivo e improductivo, se convierta por arte de magia en un ser transparente, cooperativo y eficiente?
    • ¿No somos al mismo tiempo seres políticos y económicos?

Si bien es innegable que el liberalismo en esta vertiente se nos presenta como una tradición filosófica muy rica e importante, no podemos negar que a la hora de proponer acciones reales y realizables, se encuentra limitada e interpelada por la naturaleza individual y colectiva que tiene el ser humano. Acaso nuestra naturaleza no es individual y colectiva al mismo tiempo y no tiene sentido prescindir una de la otra.

Si todos los intentos de formar estados sin individuos fracasaron, ¿no es un tanto absurdo querer materializar al individuo sin estado?

Creemos que la clave sigue siendo el individuo, pero también es necesario reconocer que el ser humano que constituye el sujeto de estudio de esta corriente presenta una composición individual y colectiva coexistente, simultánea e indivisible que debe tomarse en cuenta. Tal vez el desafío sea la articulación de estas dos dimensiones para que se ajusten de la mejor manera posible, en cada comunidad, para cada momento histórico.

Organizado a partir de las ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad, incorporando los principios de equidad y razonabilidad, la respuesta concreta aportada por el liberalismo es el Republicanismo, a través de sus cuatro programas centrales:

    • El programa político, expresado a través de los principios e instituciones democráticas
    • El programa social, fundamentado en los planes educativos y científicos, a la luz de la idea de progreso y prosperidad.
    • El programa institucional: el constitucionalismo
    • El programa económico, a través de la economía de mercado, o lo que comúnmente se conoce como “capitalismo”
Estado…..de equilibrio

Si el liberalismo radical niega la posibilidad del estado moderno por considerarlo inviable para el individuo, necesariamente deberá proponer otra estructura colectiva que lo reemplace. Es imposible que el ser humano perviva solo de su individualidad. Así mismo, deberá ser una propuesta institucional que trascienda al mercado, por ser una institución limitada para dar respuesta a la complejidad natural del ser humano, más allá de su rol de actor económico.

Claramente el problema hoy es la ruptura de nuestra conciencia individual para dar paso a una colectiva de calidad inferior. Pero como liberales, no estamos exentos de cometer los mismos errores si entronizamos al individualismo como valor absoluto, cometiendo aquellos pecados que buscamos evitar.

Negar la naturaleza individual del ser humano es absurdo, así como querer extirpar su dimensión colectiva.  Todo individuo se construyó siempre a partir de una entidad colectiva (elegida o heredada) que lo define, moldea y de la cual también depende, en parte, nuestra subsistencia y desarrollo: Comenzando por nuestra familia, pares y referentes, llegando hasta el Estado, podemos modificar esa realidad, pero no suprimirla totalmente.

Debemos entender que el Liberalismo Radical es sólo una forma, de las tantas que hay. Considerarla como la única, la pura o la verdadera forma del liberalismo no sólo es utópico, sino dogmático y peligroso, porque deja fuera a grandes pensadores, ideas y hacedores que se reconocen a sí mismo como liberales. Además, genera una erosión en las bases liberales imposibilitando la concreción política de los proyectos republicanos y la realización de la visión liberal en el mundo real.

Evita Irene Montero

No lo puedo evitar, ver a nuestra ministra de Igualdad me activa el recuerdo de Eva Duarte de Perón. Quizás porque a pesar de sus estilos diferentes, comparten algunas destacadas similitudes y una ilimitada ambición. Ambas llegan a elevadas magistraturas políticas muy jóvenes, desde orígenes humildes y con cónyuges poderosos, practicando un populismo muy centrado en el lenguaje y la imagen.

Con frecuencia, los discursos de Irene recuerdan a los Evita que han pasado a la historia por contraponer a los pobres descamisados, con los que ella se identificaba, contra los poderes oscuros y ocultos de una oligarquía hipócrita y podrida. Aunque ambas categorías siempre estuvieron pertinentemente indefinidas, esta forma de utilizar el lenguaje le servía, ante la compleja realidad social de la Argentina de su época, para crear una simplificada dicotomía de clases con la cual una mayoría podía simpatizar. Justificando y legitimando la toma del poder y su permanencia en el mismo.

Evita cambio su aspiración de ser una estrella de cine, para convertirse una estrella de la política. Al igual que las grandes figuras del cine, encarnaba la fantasía popular: una «Cenicienta» injustamente postergada que se convierte en princesa.

La presidenta del Partido Peronista Femenino, sostenía que un descamisado es todo aquel que se siente pueblo, que lo importante era amar, gozar y sufrir como pueblo. Lo que le permitía decirlo envuelta en los más sofisticados lujos de su época, que entonces no era una gran casa ni un chalé, sino joyas y ropajes. E igualmente, buscando siempre una imagen de mayor modernidad y singularidad, no se definía con los conceptos clásicos de nacionalista, socialista o comunista, sino como justicialista.

Como Irene, Eva fue propuesta como candidata a la vicepresidencia, aunque -“el día del renunciamiento”- declinó tal honor. Lo que no impidió que su imagen siempre continuase ligada a acciones sociales bienintencionadas de fácil “venta” política, y con los consistentes en incrementos del gasto público. El cual, con el tiempo, sólo se podría financiar mediante una inflación, primero moderada y luego, poco a poco, desbocada.

El Peronismo inaugura una nueva forma de hacer política. Toda una generación de argentinos, asumirán para el resto de sus vidas, que un buen gobierno es aquel que les regala cosas.

Otra forma que utilizó para aparecer en los «Nodos« realizando iniciativas solidarias fue mediante la creación de la Fundación Eva Perón, dedicada al reparto de libros, ropa, alimentos, máquinas de coser, juguetes, construcción de escuelas, etc. Su financiación provenía de entregas obligatorias -por ley- de parte de los salarios de los trabajadores, de actividades tales como las carreras de caballos, y de donaciones de las empresas. Supuestamente voluntarias, porque en realidad durante su mandato reinó un régimen del expediente sin el cual era casi imposible cualquier actividad económica. Un régimen intervencionista que se justificó por una política económica con un nombre atractivo “la industrialización por sustitución de importaciones” con la pretensión de priorizar la producción nacional sobre la extranjera.

Pues bien, la combinación de la inflación y de proteccionismo empresarial abocó al país de la plata a una decadencia económica de la que, a pesar del tiempo transcurrido, no ha conseguido salir. Hasta tal punto que se puede afirmar que parte de la diáspora y la pobreza argentina está fundamenta en la mala calidad de las políticas sociales peronistas. Sin embargo, aquel régimen supo utilizar las imágenes y el lenguaje de una forma tal que muchos añoran el tiempo de Evita. Así, el peronismo continúa penetrando en todos los poros de la nación.

Sin embargo, y a pesar de todos esos parecidos hay una diferencia importante entre ambas mujeres y es que nuestra Evita reina en un país de la UE. Espero que sea suficiente para cambiar nuestro destino económico; y de paso para desearle que pueda gozar de una vida mucho más larga que la monarca americana.

El llanto. Evita representaba la cara «sensible» del régimen, la «conexión» con los sentimientos del pueblo.

Ludwig Erhard: Arquitecto de un Milagro

Este Artículo fue originalmente escrito para FEE- Fonudation For Economic Education (www.fee.org)

Qué raro y alentador es que los poderosos comprendan las limitaciones del poder, que decidan no ejercerlo y que se lo devuelvan a la miríada de individuos que componen la sociedad. George Washington era uno de ellos. Cicerón fue otro. También Ludwig Erhard, quien hizo más que cualquier otro hombre o mujer para desnazificar la economía alemana después de la Segunda Guerra Mundial. Al hacerlo, dio a luz una milagrosa recuperación económica.

«En mi opinión», confió Erhard en enero de 1962, «el poder es siempre aburrido, es peligroso, brutal, e incluso bobo».

L. Erhard y Konrad Adenauer

Alemania era un completo desastre en 1945 -derrotada, devastada, dividida y desmoralizada- y no sólo a causa de la guerra. Los Nazis, por supuesto, eran socialistas (el nombre deriva del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores), por lo cual, durante más de una década, la economía había sido «planificada» desde la cima del gobierno. Los alemanes vivían atormentados por controles de precios, racionamiento, burocracia, inflación, amiguismo, cárteles, mala asignación de los recursos y control gubernamental de las principales industrias. Los productores hacían lo que los planificadores les ordenaban. El servicio al estado era lo prioritario.

Treinta años antes, un adolescente Ludwig Erhard escuchaba a su padre defender los valores liberales clásicos, en discusiones con compañeros de negocios. El anciano Wilhelm, empresario bávaro de ropa y productos de almacén, se oponía activamente a la creciente cartelización de la economía alemana por parte del káiser. El biógrafo de Erhard, Alfred C. Mierzejewski, escribe sobre el padre de Ludwig,

“Aunque de ninguna manera rico, se convirtió en un miembro de la sólida clase media que se ganaba la vida trabajando duro y satisfaciendo la creciente demanda de los consumidores de la época, en lugar de “hacer lobby” para obtener subsidios o protección del gobierno, como hacían muchos Junkers para preservar sus granjas y muchos industriales para defenderse de la competencia extranjera.”

Al joven Ludwig le molestaban las cargas que el gobierno imponía a los empresarios honestos e independientes como su padre. Desarrolló una pasión de por vida por la libre competencia de mercado porque entendió lo que F.A. Hayek expresaría tan bien veinte años más tarde, en la década de 1940: «Cuantos más planes estatales, más difícil se vuelve la planificación para el individuo».

Gravemente herido en Bélgica en 1918, por un proyectil de la artillería aliada, los valores liberales de Ludwig se fortalecieron debido a su experiencia en la sangrienta y fútil Primera Guerra Mundial. Después de la tumultuosa hiperinflación que se apoderó de Alemania en la posguerra, Ludwig obtuvo un doctorado en economía, se hizo cargo de la empresa familiar y, finalmente, dirigió un instituto de investigación de mercado, que le brindó la oportunidad de escribir y hablar sobre cuestiones económicas.

El ascenso al poder de Hitler en la década de 1930 perturbó profundamente a Erhard. Se negó a tener nada que ver con el nazismo o el Partido Nazi, incluso apoyando silenciosamente la resistencia al régimen a medida que pasaban los años. Los nazis se encargaron de que perdiera su trabajo en 1942, cuando escribió un artículo que expresaba sus ideas para una economía libre de posguerra. Pasó los pocos años siguientes como consultor empresarial.

En 1947, Erhard logró la presidencia de una importante comisión monetaria. Esto resultó ser un trampolín vital hacia el puesto de director de economía del Consejo Económico Bizonal, una creación de las autoridades de ocupación estadounidenses y británicas. Allí finalmente pudo plasmar sus ideas en políticas concretas y transformar a su país en el proceso.Para entonces, las creencias de Erhard ya se habían consolidado en convicciones: La moneda debe ser fuerte y estable. El colectivismo era un absurdo mortífero que estrangulaba al individuo creativo. La planificación centralizada era una artimaña delirante. Las empresas estatales nunca podrían ser un sustituto aceptable de los dinámicos mercados empresariales competitivos. La envidia y la redistribución de la riqueza eran funestos males.

“Es mucho más fácil dar a todos una porción más grande de una torta en constante crecimiento”, dijo, “que ganar más en una lucha por la división de una torta pequeña, porque en tal proceso, cada ventaja para uno es una desventaja para otro.»

Erhard abogó por la competencia justa y sin favoritismos. ¿Su receta para la recuperación? El estado establecería las reglas del juego y así dejaría a la gente en libertad para sacar a la economía alemana de su estancamiento. El fallecido economista William H. Peterson revela lo que sucedió a continuación:

En 1948, un domingo de junio en pleno verano, sin el conocimiento ni la aprobación de las autoridades de ocupación militar aliadas (que por supuesto estaban fuera de sus oficinas), el ministro de Economía de Alemania Occidental, Ludwig Erhard, decretó unilateral y valientemente que se eliminaba el racionamiento y los controles de precios y salarios e introdujo una nueva moneda fuerte, el Marco Alemán. El decreto entró en vigor de inmediato. Erhard dijo al asombrado pueblo alemán: «Ahora su único cupón de ración es el Marco».

Las autoridades estadounidenses, británicas y francesas, que habían nombrado a Erhard para su puesto, estaban horrorizadas. Algunos lo acusaron de haberse excedido más allá de sus poderes definidos y que por eso debería ser removido. Pero el documento ya estaba hecho. El comandante general de los Estados Unidos, Lucius Clay, le dijo: «Herr Erhard, mis asesores me dicen que Ud. está cometiendo un terrible error». «No los escuche, general», respondió Erhard, «mis asesores me dicen lo mismo».

El general Clay protestó porque Erhard había «alterado» el programa de control de precios de los Aliados; pero Erhard insistió en que no había alterado los controles de precios en absoluto. Simplemente los había «abolido». En las semanas y meses siguientes, emitió una tormenta de órdenes de desregulación: Redujo drásticamente los aranceles. Aumentó los impuestos al consumo, pero los compensó con creces con una reducción del 15 por ciento en los impuestos sobre la renta. Al eliminar los desincentivos para ahorrar, generó una de las tasas de ahorro más altas de todos los países industrializados. Alemania Occidental estaba inundada de capital y crecimiento, mientras que la Alemania Oriental comunista languidecía. El economista David Henderson escribe que el lema de Erhard podría haber sido: “No te quedes sentado tranquilo: desregula algo».

Los resultados fueron asombrosos. Como escribe Robert A. Peterson:

De las ruinas de la guerra, a la pujante industria alemana en 10 años de una reconstrucción increible.

“Casi de inmediato, la economía alemana recobró vida de un salto. Los desempleados volvieron al trabajo, la comida reapareció en los estantes de los comercios y se destrabó la legendaria productividad del pueblo alemán. En dos años, la producción industrial se triplicó. A principios de los 60, Alemania era la tercera potencia económica más grande del mundo. Y todo esto ocurrió mientras Alemania Occidental asimilaba a cientos de miles de refugiados de Alemania Oriental.  Fue un ritmo de crecimiento que eclipsó al de los países europeos que recibieron mucha más ayuda del Plan Marshall que Alemania.”

El término “milagro económico alemán” era ampliamente utilizado y entendido mientras sucedía en la década de 1950 ante los ojos del mundo; pero el propio Erhard nunca pensó en él como tal. En su libro de 1958, Prosperity Through Competition (Prosperidad a través de la Competencia), opinó: “Lo que ha ocurrido en Alemania … es todo menos un milagro. Es el resultado de los esfuerzos honestos de todo un pueblo que, de acuerdo con los principios de la libertad, tuvo la oportunidad de utilizar su iniciativa personal y la energía humana”.

Las tentaciones del estado de bienestar en la década de 1960 descarrilaron algunas de las reformas de Erhard. Sus tres años como canciller (1963-1966) fueron menos exitosos que su mandato como ministro de Economía. Pero su legado se forjó en la década y media que siguió al final de la guerra. Siempre respondió a la pregunta: «¿Qué se debe hacer con una economía en ruinas?» con la receta simple, probada y definitiva: «Libérala».

Para obtener información adicional, consulte:

David R. Henderson sobre el » milagro económico alemán «

Ludwig Erhard de Alfred C. Mierzejewski: una biografía

Robert A. Peterson sobre «Los orígenes del milagro económico alemán «

Richard Ebeling sobre «El milagro económico alemán y la economía social de mercado»

William H. Peterson sobre “¿Más dólares salvarán el mundo?»

Vídeo: «Ludwig Erhard y el milagro económico alemán»

Escrito originalmente para FEE-Foundatio For Economic Education. Verisón Original:  Ludwig Erhard: Architect of a Miracle

Traducido y revisado por Alicia Chediak ([email protected])

 

¿Quién se Hace Cargo de la Política Económica?

En nuestra Argentina, los políticos tienen por costumbre dejar bombas explosivas vendidas como “buenas” para su gente. Estas se van gestando mientras se encuentran entre las mieles del poder, para luego cuando no son más funcionarios, lo mencionado ut supra fue justamente “aquello que hoy daña nuestro crecimiento” según los mismos protagonistas.

Un médico ¿puede dejar al paciente en una intervención quirúrgica a mitad de operación? ¿Un letrado retirarse de un juicio en curso, mientras está defendiendo a su cliente? ¿Pueden retirarse sin que les cause problemas de tipo profesional? ¿No estarían dañando a quiénes los eligieron?

Siendo así, porqué en la política económica de nuestro país, dirigentes que llegan con determinado partido o coalición para gobernar, cuando ejercen sus funciones, interviniendo tanto en el rol como Ministro de Economía dentro del órgano del ejecutivo como en la función de Presidente de la supuesta autarquía del BCRA (Art. 1 ley 24.144), ¿no finalizan aquello que iniciaron?

Y si no están de acuerdo con los otros organismos o agentes de presión, ¿Por qué no renuncian antes? ¿Para qué permanecen si saben que tales medidas serían contraproducentes para la población? ¿No deberían dejar por escrito en un informe las verdaderas causas que lo llevaron a renunciar?

Igual se entendió, ¿no?

Daría la impresión que, in fine al retirarse de la escena política, y dejando al Estado las aberraciones en la materia que les compete, siguen gozando de un supuesto status en la sociedad cuando ya no están en el poder. Aún cuando tales medidas ( y ellos lo saben), han llevado aún más a la pobreza a nuestra población. ¿No hay multas, sumarios, juicios? Es siempre la palabra de uno sobre la de otro.

El rol que cumplen es muy sensible. El BCRA por ejemplo, debe estabilizar el valor de la moneda. Si no lo hace, lleva a la pobreza a una franja importante de la población.  Y esto, está en las manos de los funcionarios.

¿Qué hace el BCRA (Banco Central de la Rep. Argentina)?

Según su normativa, tiene por finalidad promover, en la medida de sus facultades y en el marco de las políticas establecidas por el gobierno nacional, la estabilidad monetaria, la estabilidad financiera, el empleo y el desarrollo económico con equidad social (Art. 3).

En el ejercicio de sus funciones y facultades, el banco no estará sujeto a órdenes, indicaciones o instrucciones del Poder Ejecutivo nacional, … sin autorización expresa del Honorable Congreso de la Nación         (Art. 4).

Y su objetivo según el Art. 42 de la Carta Orgánica normado en la Ley 21.144 es:

El banco deberá publicar antes del inicio de cada ejercicio anual sus objetivos y planes respecto del desarrollo de las políticas monetaria, financiera, crediticia y cambiaria. De producirse cambios significativos en sus objetivos y planes, el banco deberá dar a conocer sus causas y las medidas adoptadas en consecuencia (comentario del autor: creo que esto, jamás sucedió)

Fuente: Conclusión.com.ar

Por ende, en un país que sufre de los más altos índices de inflación del planeta desde que uno tiene uso de razón -sabiendo que la inflación golpea primero y más a los pobres-, si dicha entidad (BCRA) según el legislador debe entre otras cosas: 1° estabilizar la moneda, 2° no recibir órdenes del ejecutivo por ser un ente autárquico, y 3° publicar un plan anual al inicio de cada período de mejora institucional, ante el fracaso de sus dirigentes ¿Qué medidas se podrían tomar?

¿Multas, sumarios, juicios? ¿La nada misma?  ¿Es posible, es tan fácil despojarse de consecuencias?

¿De dónde proviene el presidente del BCRA? ¿Tiene proveniencia política? ¿En qué casa de estudios se forma? ¿Qué trayectoria acumula? ¿Están matriculados, es una profesión liberal? Si fuese así, ¿se les podría, aunque sea quitar, la matrícula por empobrecer a cierta franja de la población?

La sensación de que vivimos en un país donde puede venir cualquiera, hacer cualquier cosa, y no tiene ninguna consecuencia, es inevitable.

Sería simple, hay un Banco Central (BCRA) que debe estabilizar la moneda y hay un organismo público denominado INDEC que ejerce la dirección superior de todas las actividades estadísticas oficiales, que entre otras cosas, mide la inflación.

No tendría que haber tantas vueltas ni excusas para explicar su gestión…

Y el próximo funcionario que llega ¿sabe del comportamiento de su antecesor? ¿Deja correr las inconsistencias? Esta posible omisión del nuevo dirigente ¿es gratis para el pueblo?… es decir, este último también como el anterior ¿gozaría de “supuestos fueros”? Por decirlo de alguna manera, protección institucional, por callar.

No se debería llevar todo “la marea”, debe haber grados de responsabilidad, que sean medibles y punibles. Empobrece y golpea más, a los más desprotegidos. No debería ser gratuito.

¿Por qué se puede endeudar a la Nación, de forma absolutamente desproporcionada a sus ingresos fiscales? ¿Por qué se crearon los instrumentos como las Lebacs o las Leliqs? ¿Por qué un funcionario lo inicia y se va, y otro no lo termina?

¿Qué sucedió con el dólar futuro al final del Gobierno en el 2015? ¿Y a fines del 2017 porque saltaron las metas de inflación?

¡Se lo llevaron puesto!

Los efectos de la conferencia de prensa del 28 de diciembre del 2017.  Recordemos: un día después que el Senado sancionara la ley de Presupuesto 2018, Sturzenegger se sentó, junto a Nicolás Dujovne, Luis Caputo y Marcos Peña. Pero fueron los funcionarios del Ejecutivo quienes anunciaron un cambio en las metas, no así el presidente del BCRA.

Entonces, la ligera baja de tasas en la licitación de las Lebac, por parte del Central, provocó ese salto al dólar, que influenció fuertemente la inflación de enero.

Fuente: eleconomista.com.ar

Si no hay responsables en lo concreto, con nombre y apellido, sea un funcionario de origen económico o no (porque debe haber conexiones políticas), entonces no hay deberes del buen funcionario público, y ante el deterioro país ¿todo es lo mismo, todo da igual?  ¿Qué rol le cabe al poder legislativo? ¿Y la Justicia puede alargar los plazos ad infinitum?

Y la gran pregunta: ¿continuaremos con el cheque en blanco para siempre?

Dicen que el Virrey Ceballos salió muy bien parado, pero que el Virrey Avilés no se la llevó tan de arriba

El juicio de residencia fue un procedimiento judicial del derecho castellano e indiano, que consistía en que al término del desempeño del funcionario público se sometían a revisión sus actuaciones y se escuchaban todos los cargos que hubiese en su contra. El funcionario no podía abandonar el lugar donde había ejercido el cargo, ni asumir otro hasta que concluyese este procedimiento. Generalmente el encargado de dirigir el proceso, llamado juez de residencia era la persona ya nombrada para sucederle en el cargo.  Comprendía a toda clase de funcionarios, desde virreyes y presidentes de Audiencia, gobernadores, hasta alcaldes y alguaciles.

¿La teníamos mas clara en tiempos de la Colonia.?

 

Palabras Prohibidas y Palabras Perdidas del Liberalismo – Parte II

Continúamos el Artículo  Palabras Prohibidas y Palabras Perdidas del Liberalismo – Parte I

Palabra tabú: “Igualdad”

Hoy parece imposible mencionar a la igualdad como principio liberal sin ser tildado por propios como traidores, y al mismo tiempo por los espacios de izquierda como ignorantes. Sin embargo, la idea de igualdad surgida de las reformas sociales, se popularizaron a partir de las ideas Humanistas de la Edad Media Europea, mientras que se difundieron y consolidaron en los siglos sucesivos. El significado primigenio de este concepto, se enfocó en la deslegitimación del sistema de prerrogativas y privilegios propios del sistema feudal o monárquico de siglos pasados. Fundamentalmente, el concepto de Igualdad para el liberalismo significa que todas las personas son creadas iguales en tanto son humanas, y que por tanto tienen los mismos derechos y obligaciones. La expresión más acabada corresponde a la idea de igualdad ante la ley.

En un contexto de distorsión conceptual, esta categoría filosófica muta en un principio rector sagrado de la izquierda, resultando en la demonización de la individualidad y de sus expresiones más profundas, como el gusto, la opinión y la iniciativa. En pos de un ideal colectivo que “iguale” a las personas, y así evitar las supuestas “injusticias” surgidas de la “ambición personal” o codicia, resulta en una pérdida sostenida del nivel de vida, del empobrecimiento general de la ciudadanía, donde el sistema oprime a las personas buscando su completa asimilación en el asistencialismo.

Si los logros de la gente son desiguales ¿la igualdad de los resultados no sería injusta?  La “igualación” compulsiva es un juego de suma cero: No hay modo de igualar sin que alguien pierda lo que el otro gana. El Estado que cae bajo este designio populista saca a unos mediante impuestos, expropiaciones, confiscaciones, etc., para distribuir entre otros según sus intereses de corto plazo. En esta acción es donde hay riesgo que no se aplique la ley a todos por igual, sacrificando la equidad.  Es decir, la igualación compulsiva de las personas es moralmente injusta, más allá de los malos resultados que produce en la práctica.

Todos sabemos que tenemos diferentes condiciones iniciales, defectos, virtudes y externalidades circunstanciales por lo que alcanzaremos distintos logros personales en cantidad y calidad. Promover una igualdad universal en todo sentido no solo es imposible sino destructiva para el individuo, la iniciativa y el progreso.

¿Y qué pasa cuando hablamos de un concepto, ligeramente diferente, como la “Igualdad de Oportunidades”?

Aquí la cosa empieza a variar, pero aún es impreciso el concepto y alude a una utopía: dos personas son esencialmente diferentes, incluso, por no poder ver, detectar o aprovechar las oportunidades de la misma manera.    Una refinación mayor de este concepto es el de “Igualdad de punto de partida”.  Bueno, si la sofisticación de la charla permitió llegar a este nivel, es posible, que aquellos liberales partidarios de la educación (como Sarmiento y la generación del 80 en la Argentina) empiecen a redimensionar la palabra “igualdad”.  Y ojalá así sea, porque en efecto, el liberalismo tiene una posición diversa frente a este concepto, que entendemos es muy importante rescatar.

En general, en el mundo real se reconocen las diferencias de punto de partida, a través de una acción por parte de los Estados.  Suele estar enfocada en políticas vinculadas a la educación, a la salud, acceso a la justicia y a la seguridad.   Esta participación pública no tiene un correlato homogéneo en la literatura liberal. Y es una deuda pendiente dentro del liberalismo, dado que constituyen los bienes públicos fundamentales sobre los cuales se articula una república. 

Palabra ocultada “popular”

Referirse al “pueblo” y a lo “popular” se ha transformado en una especie de “mantra sagrado” de buena parte de la clase política tradicional.  Es tan usada por todo el arco ideológico que los liberales, solo para diferenciarse, la han excluido de su vocabulario como si fueran palabras que representan algo malo.  A tal punto se ha excluido que esto ha sido aprovechado para corromper el significado original con otra palabra que comparten la misma raíz: populismo.

Asociación espontánea: asociación mental sin restricción consciente, de ideas, sentimientos o imágenes mentales.   Asociación de una idea o marca a una palabra, en publicidad

Increíblemente, para grandes porciones de la población, víctima del adoctrinamiento que nos toca padecer, han equiparado la palabra populismo y popular con el mismo tono peyorativo.

Es un caso paradigmático de “asociación espontanea” logrado por la propaganda y por la espiral de silencio de los que debemos defender su interpretación primigenia.

Han instalado una igualdad del tipo: “Pueblo” = “popular” = “la gente común” = “la mayoría (oprimida)”

Que por supuesto queda de un lado.  Y del otro: “anti-pueblo”= “anti-popular”= “la elite” = “la minoría (explotadora)”

Para los liberales: pueblo = ciudadano = individuo.  Defender a la individualidad de la persona, es también defender al pueblo.  Sabemos que el resto es una construcción de acuerdo a teorías “de clases” que ya han fenecido en la práctica.  Pero por alguna razón, los liberales no han podido entender el truco, y han sucumbido al juego perverso de esta manipulación.  La paradoja de esto es que muchos partidos políticos que se identifican a si mismos como del “campo popular” no llevan en las urnas el correlato de su discurso, obteniendo porcentajes de votos bajísimos para los ideales que dicen representar.

Quizás, las plataformas liberales bien podrían incorporar estos conceptos, rescatando su significado original y apropiado.  Al fin y al cabo, fueron liberales argentinos quienes incorporaron la idea de “pueblo” en las instituciones fundamentales de nuestro país.  Lo popular no está en contra de las ideas liberales, y realmente ya están instaladas en la gente.  No tener miedo a usarlas es simplemente demostrar que cualquier liberal es parte del pueblo, y porque no, ser muy popular también.

Palabra arrebatada “Nacional”

El nacionalismo se empeña en reescribir la historia, con un relato forzado y conveniente a sus intenciones.

Otra imagen impuesta, muy conocida, es la de una “elite extranjerizante”, que pretende anular las tradiciones locales, so pretexto de una sumisión a un “poder extranjero”.  Nace así el concepto de “lo nacional”, como aquello caro al “pueblo”; y lo extranjero, como aquello caro a las “elites”.

Estas ideas surgen alrededor de mediados del siglo XX, con el advenimiento de los nacionalismos.  Desagraciadamente en Latinoamérica los tiempos pasan un poco lentos y pueden ser utilizadas hoy sin problemas para, una vez más, socavar el discurso liberal.

Estamos nuevamente frente a otro caso exitoso de “asociación espontánea” que los liberales no han sabido rescatar.  No hay nada que impida a un liberal ser muy afecto a las tradiciones locales.  De hecho, ¡nuestra patria fue fundada por verdaderos liberales! Nuestros próceres fueron formados a la luz de los ideales liberales. Cosa que no ha sido correctamente posicionada, a tal punto que la educación formal ni siquiera lo refleja adecuadamente.

En cuanto a las objeciones típicas del proteccionismo frente al libre comercio, aquí es un caso más de yerro intelectual. El liberalismo no ha podido desenmascarar la verdadera cara de ese proteccionismo: una elite empresarial sedienta de privilegios.  Nada tienen que ver eso con “lo nacional” o el “nacionalismo”, salvo cuando es utilizado como recurso para ocultar sus prebendas en ellos. 

Palabra distorsionada “solidaridad”

La solidaridad es una virtud. Nadie puede dudarlo.  Una persona solidaria es una persona digna de admiración por parte de todos. Por algún extraño designio, dentro del propio liberalismo se ha instalado que la solidaridad es algo “contrario” a los ideales liberales.

Ello no solo no es verdad, sino que además, el liberalismo propone el único sistema donde la solidaridad es posible. Esto es así, porque conceptos como la solidaridad, la caridad, el altruismo, etc.; solo pueden ser reales cuando son ejecutados en forma voluntaria.

Los sistemas políticos no son “solidarios”.  Ese es un atributo de las personas, y por sobre todo, un acto voluntario. El socialismo ha fundado buena parte de su teoría en el preconcepto de que el hombre es “un ser solidario por naturaleza”.  Como la práctica demostró que esto no era así, requirió de regímenes autocráticos para poder ser impuesto.  En otras palabras, se acabó la solidaridad en el mismo momento que fue impuesta por la fuerza.

Para el liberalismo, el hombre es un “ser libre por naturaleza”.  Incluso, es libre de ser solidario. O no, si no lo desea. Quizás esa abstracción histórica de Adam Smith acerca del hombre egoísta que busca su propio beneficio, su propio interés particular, como motor del interés empresarial y de la competencia, ha contribuido, astutamente manipulada, en pervertir la imagen del liberalismo como una idea que está en contra de la solidaridad.  Está manipulación, increíblemente ha sido pocas veces tratada en el discurso liberal y ha podido circular con poca oposición.

 Conclusiones

En primer lugar, el liberalismo debe rescatar y reformular el espíritu revolucionario que lo caracteriza. Ya no como forma de revolución estructural, sino como la sana rebeldía frente a los abusos del poder amparados en los derechos que nuestros próceres y padres plasmaron en nuestra Constitución y en nuestra alma colectiva. Es una obligación plantar bandera a los atropellos que se realizan en nombre de falsos ideales cuyo objetivo es someter al ciudadano, negándole su individualidad y el derecho a protegerla.

Por otro lado, rescatar la idea del progreso como motor del desarrollo personal y social, sabiendo que es requisito principal el crecimiento individual, pero no el exclusivo. La visión individualista del liberalismo teórico no es excluyente de la dimensión social o comunitaria que acarrea toda idea de progreso.  En el fondo, el liberalismo es la mejor expresión de la cooperación voluntaria en una sociedad.  La palabra “cooperación”, nos reclama también su resignificación.

Finalmente, es fundamental articular las ideas de libertad, con las de igualdad de manera que se complementen y que de esta sinergia, surjan programas liberales más representativos y realistas. No tener miedo de usar palabras que no están en contra de las ideas liberales. No dejar margen a la astuta manipulación de términos, que cuesta tanto desandar una vez que se ha instalado, sobre todo cuando ya han sido parte de programas exitosos auspiciados por nuestras ideas.

Debemos releer, revisar y reencontrarnos con las ideas que nos dieron forma como corriente política, como nación y como república, para trascender nuestra realidad política caracterizada por un liberalismo fragmentado, que a veces suena maniqueísta, teórico y foráneo.

Por Guillermo Rucci,  con la colaboración de José Luis Arata

 

Palabras Prohibidas y Palabras Perdidas del Liberalismo – Parte I

Todos los proyectos políticos desde su concepción, adoptan y adaptan los conceptos que le dan forma. En esencia, un proyecto político se integra por un grupo de personas, que aportan ciertos recursos y se organizan a partir de ciertas ideas. Éstas incluyen los objetivos, principios, valores y conceptos fundamentales. En sencillo: establecen una cosmovisión o paradigma político sobre el cual se estructurarán idealmente los programas de campaña y de gobierno.

La adopción y adaptación de estos conceptos a los intereses primarios de aquellos que dan forma al proyecto político es fundamental porque, a partir de ellos, se organizan el resto de los aspectos emergentes del mismo. Sin embargo, esta situación nos plantea una serie de tensiones fundamentales a las que un armado político se enfrenta. Nos referimos específicamente a cómo resolvemos la paradoja entre los principios fundacionales y las necesidades pragmáticas de la realidad política.

Un principio es por naturaleza un concepto o idea abstracta que constituye la base para posteriores razonamientos. Esta definición se corresponde con una visión epistemológica, donde éste es validado por la verificación empírica de una hipótesis. Sin embargo, en la práctica política es indispensable recordar que los principios adoptados por las distintas ideologías, no son necesariamente universales, eternos, ni infalibles, y a veces ni siquiera fueron puestos a prueba empíricamente.

Es importante, entonces, conocer las condiciones efectivas que dieron origen a esos principios, su entorno filosófico, histórico y social. Discutir en el “vacío” ideas que fueron producto de un momento o lugar determinado no tiene mucho sentido, salvo que se quiera caer, a la larga, en posturas doctrinarias.

Luego, para cada situación geográfica e histórica, se presenta la titánica tarea de darle contenido a esos principios, para que no sean solamente enunciados teóricos: La clave está en lograr el equilibrio entre la adaptación al momento y lugar, sin distorsionar los fundamentos de esos principios de tal forma que se vulnere su esencia.

Ejemplos de ambas situaciones abundan, y no entraremos en detalle, pero sí podemos afirmar que un proyecto político que sólo tome principios como slogans de campaña para usarlos según su necesidad, terminan en un utilitarismo vacío, efectista, engendrando gobiernos fantoches.

El segundo caso, es el tan afamado dogmatismo: no se pueden transgredir, interpelar o adaptar sus principios, que son considerados “sagrados”, generando proyectos monolíticos que derivan en una aglutinación de fanáticos, con programas divorciados de la realidad en que viven y expulsando de ellos a gran parte de la comunidad.

Siguiendo con el desarrollo de este trabajo, enumeramos respecto del liberalismo sus principios centrales de manera sintética, a saber:

  • El derecho a la vida
  • El derecho a la libertad
  • El derecho a la propiedad

Como fuera mencionado en párrafos anteriores, estos principios deben ser estudiados, resignificados y complementados por otros para que cobren sentido, y sirvan como respuesta para una sociedad determinada. De esta manera, queremos rescatar algunos conceptos que no son principios centrales del liberalismo clásico, pero que a menudo han formado parte de los programas liberales más exitosos de la historia y que luego han desaparecido de la práctica y el discurso liberal.

«La conquista del poder cultural, es previa a la del poder político». Antonio Gramsci.

Esa desaparición, el resultado exitoso de procesos de penetración subliminal, hábil y pacientemente desarrollados, como consecuencia del fracaso en la práctica de las ideas de izquierda en el mundo. En otros casos, constituyen una mera defección, producto de una generación de liberales que no supo re-elaborar un discurso, adaptarlo y finalmente propagarlo con un mínimo de efectividad.

De esa forma, prefirieron el camuflaje ideológico, dejando el terreno libre a la alteración de los conceptos, perdiendo la batalla cultural, y obrando en forma vergonzante respecto de las propias ideas.  En los medios de comunicación, en las aulas, en la mesa familiar y de amigos, la influencia de “preconceptos formados” tiene poca oportunidad de discusión cuando los mismos se han instalado con la fuerza de verdades reveladas por otros espacios, dejando fuera al liberalismo. 

Palabra perdida: “Revolución”

En primer lugar, quisiéramos mencionar la idea de revolución, cuyo tratamiento hoy queda circunscripta ideológicamente a espacios de izquierda, populistas o nacionalistas siendo un término casi extinto en el vocabulario liberal. Sin embargo, debemos recordar que la revolución forma parte de la esencia de los primeros programas liberales, conformándose como el mecanismo mediante el cual se han forjado las repúblicas modernas, y los sistemas democráticos más exitosos de la actualidad. No podemos dejar de mencionar el caso del proceso independentista americano, la Revolución Francesa o la estadounidense. Inclusive podemos mencionar que los procesos de reforma de las grandes potencias europeas posteriores a las Guerras Mundiales surgieron de grupos liberales.Durante el proceso de descolonización del siglo XX, se consolidaron los procesos revolucionarios resultantes de otras vertientes ideológicas, como el socialismo y el nacionalismo. De estas revoluciones surgieron regímenes de dudosa naturaleza democrática y viciados por los mismos problemas que decían solucionar.

Entonces, ¿Cuál es la diferencia entre las revoluciones liberales respecto a las de izquierda o las nacionalistas?

Difieren principalmente en que la vocación revolucionaria liberal se extingue en cuanto se cumplen los objetivos de perfeccionamiento de las instituciones, integrándose en la nueva estructura y obligándose a las nuevas reglas. Es verdad que esto no sucede inmediatamente, o de manera automática. Cada comunidad lo hizo paulatinamente y muchas veces con conflicto. Pero en el largo plazo, los nuevos ideales sustituyen a los antiguos, dando lugar a una forma comunitaria mejor que la precedente.

El resto de los procesos revolucionarios, concebidos bajo otros conceptos, suelen terminar en regímenes peores que los que combaten, configurándose solamente en una “mudanza de pieles” entre tiranías. Basta con observar empíricamente lo sucedido con los órdenes socialistas o nacionalistas, y las penurias que han traído a sus pueblos para ratificar la premisa anterior.

Por un lado, las revoluciones de izquierda combaten un enemigo eterno, invisible e inalcanzable que “fuerza” a la sociedad a vivir en estado de revolución permanente, mientras logran los “objetivos revolucionarios”: se busca el absurdo de la eliminación total de la propiedad privada, es decir, de la individualidad de la persona. Se sacrifica al individuo en pos de una visión colectivista que nunca se logra, pero que quienes la administran sacan buen provecho. Se hace el culto a la igualdad distorsionando su esencia, pervirtiendo su significado original.

Por otro lado, las revoluciones nacionalistas recurren a la generalización del miedo como herramienta, planteando al “otro” como encarnación de todo lo negativo y fundamento de ese terror primigenio, mientras que lo “propio” corresponde a todo lo bueno y que debe defenderse por encima de lo demás. En este caso, los efectos son más profundos e inmediatos, porque los regímenes nacionalistas no atacan directamente las instituciones fundamentales, pero hunden lentamente a la sociedad en una espiral de miedo, recelo y finalmente odio.

En ambos casos, la persona deja su individualidad de lado para pasar a ser un “engranaje”, una pieza de un mecanismo de mayor magnitud. Si observamos detenidamente, ambas ideologías difieren muchísimo en sus fundamentos filosóficos, dogmáticos y simbólicos, pero derivan sin excepción en sistemas que tratan de ampliar las competencias estatales o burocráticas de manera indefinida, y al mismo tiempo buscan limitar las libertades individuales en todas sus expresiones más fundamentales, sean la libertad de expresión, culto, trabajo, el derecho a la propiedad y si hace falta, a la vida.

Buscan reemplazar, con distintos argumentos, pero con los mismos fines, a los vínculos más cercanos del ser humano por una estructura material y simbólica de su conveniencia. De esta manera, garantizan el adoctrinamiento de las futuras generaciones.

Paradójicamente, estos “liberadores de los pueblos” y “grandes revolucionarios”, una vez en el poder, premian la disciplina y la obediencia ciega.  Hoy, en Latinoamérica, luego de los efectos de décadas de populismo y el llamado “socialismo del siglo XXI”, ser liberal, es sin duda ¡ser un verdadero Revolucionario!

Palabra perdida: “Progreso”

La idea de progreso es central dentro del liberalismo, es uno de los objetivos primordiales y uno de los motivadores principales para los cambios fomentados por las reformas liberales. Históricamente, estas reformas buscaban el reemplazo de instituciones conservadoras que garantizaban el statu quo social, por otros que permitieran el desarrollo individual, y a través de él, el progreso material y humano de una sociedad.

La educación masiva, una pieza fundamental del proyecto progresista de los padres fundadores de la Nación Argentina.

Por esto, no es posible entender cabalmente al liberalismo si no incluimos en su entramado la idea de progreso. Sin embargo, a pesar de todo, durante el último siglo hemos presenciado en nuestro país la resignificación de este término en una especie de quimera devenida en estandarte para justificar el atropello a las libertades individuales bajo la forma de “progresismo”. En definitiva, asistimos a la deformación de un término y su significado para disfrazar el avance de políticos colectivistas, que han escondido en terminología moderna, el populismo clásico. Para ser concretos, en Argentina se ha reemplazado a la educación por adoctrinamiento y la cultura del trabajo por la cultura del asistencialismo.

En cuanto a la idea de “progreso material”, como tal, es notable que en el mundo de hoy, con el claro contraste que existe entre la distinta realidad de los diferentes Estados, no se comprenda claramente cuales son las fuentes de ese progreso.

La Habana y Seul. Dos ciudades. Dos visiones. Dos progresos.

Quizás el mayor error conceptual acerca del proceso de crecimiento de bienestar (o disminución de la pobreza, o progreso material), es suponer que esto se debe al mero avance tecnológico.  Aun así, deberíamos poder explicar el porqué del avance tecnológico.  Como es que la humanidad tuvo limitados avances tecnológicos durante los 1000 años de la Edad Media, mejorando durante los siguientes 300 años de la Edad Moderna, y luego en forma vertiginosa a partir de la primera, pero en especial desde la segunda Revolución Industrial. ¿Se trató de un factor “acumulativo” que explotó en forma exponencial cuando llegó a un determinado punto? Si fuera así, ¿cuál fue el detonante?

La realidad es que esta visión está mirando el “efecto”.  Por eso no puede explicar el proceso.  Está mirando el fenómeno al revés.  La relación causa-efecto son las nuevas ideas implementadas a partir de la era del Constitucionalismo y su secuela de libertad, a la vez combinada con la entronización de la ciencia por sobre los dogmas (justamente porque existió libertad para pensar diferente). Este proceso es el que originó el avance de la ciencia en todos los campos, desde fines del siglo XVIII.  Este avance científico combinado con nuevas ideas políticas sobre la economía, dieron paso a la revolución industrial, a los avances en la salubridad y la expectativa de vida, a la educación masiva (impulsada especialmente por los Estados liberales), y a la formación ciudadana.

Todos juntos y combinados finalmente en una rueda que pudo girar LIBREMENTE por primera vez en la historia humana: el círculo virtuoso entre interés económico empresario, el surgimiento de nuevas instituciones públicas y la satisfacción de necesidades humanas, fueron los que dieron a la luz un proceso de progreso sostenido por primera vez.

El avance tecnológico no es un impulsor, es consecuencia y refuerzo del sistema.   He aquí el motor del progreso. Algo que las ideas de izquierda no pueden explicar, pero si “apropiar”.  Como vemos, el progreso social, político y material, es consecuencia de las ideas de la libertad y de los procesos de desarrollo y formación individual y social.

Es nuestra conquista más visible.  Es un concepto irrenunciable en el vocabulario de un liberal.

 

En el próximo Artículo, Palabras Prohibidas y Palabras Perdidas del Liberalismo – Parte II ,  continuaremos analizando otras palabras emblemáticas y arribaremos a una conclusión general.

Por Jose Luis Arata,  con la colaboración de Guillermo F. Rucci

 

 

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