Los Intermediarios
El hombre, a diferencia de los animales carnívoros depredadores, piensa, busca explicaciones a su lugar en el cosmos, y necesita justificar o establecer la legitimidad de sus acciones.
El león, cuando tiene hambre, mata y come. Si quiere liderar la manada, se pelea con otros machos, y -si gana- impone su liderazgo y el derecho a preñar a cuanta hembra se le presente. En ningún momento piensa si su acción está bien o mal. El hombre, por el contrario, desarrollará toda una teoría que justifique sus acciones tanto para sí mismo como para el resto de la sociedad.
En la época de las cavernas, antes del lenguaje hablado, es de suponer que el comportamiento era bastante más cercano al de los animales: pura fuerza física para satisfacer sus necesidades y para imponerse a la tribu.
El miedo a los incomprensibles fenómenos naturales llevó al ser humano a “adorar” a los elementos y a crear toda una literatura teológica que justificase y explicase las vicisitudes por las que pasaba, y también diera fundamento al orden social imperante. Una vez establecido el principio de que había dioses o entes superiores, se creó la noción de que había “intermediarios” con los dioses, así como ciertos “elegidos” por ellos. Al principio, el rey era EL “elegido” por los dioses para reinar en su nombre y además era el “intermediario”, oficiando de rey y de sumo sacerdote a la vez.
Los faraones, y los reyes de Sumeria son un buen ejemplo. Un detalle es que estos dioses mostraban una idiosincrasia muy humana: se comportaban como los hombres, con sus rencores, envidias, caprichos, amores, triunfos y traiciones. Los griegos llevaron esta teogonía a su máxima expresión. La guerra de Troya en realidad fue un torneo deportivo entre dioses para ver quien era el mejor, sin pelear entre ellos, usando de actores/protagonistas de los conflictos a sus mortales favoritos.
Para justificar su superioridad, los intermediarios empezaron a desarrollar una terminología diferente, y rituales cuyos estrictos pasos solo ellos sabían cómo ejecutar. Y así la clase sacerdotal fue creciendo, convalidando a la realeza, obteniendo a cambio la protección de las armas reales. Por ejemplo, Roma empezó como una república oligárquica donde el título de cónsul, o líder supremo, se iba alternando entre los senadores (patricios, nobles, los elegidos). Julio César fue un innovador que manteniendo el aspecto formal de que la suma del poder estaba en manos del senado que concedía el consulado a quien lo mereciese, se apropió vitaliciamente de este título temporario, hasta que fue asesinado por un grupo de senadores.
Su sucesor, Octavio, acabó con esa tradición pseudo democrática, y devino en Augusto estableciendo el culto al emperador, haciendo que Roma volviese al sistema del antiguo Egipto, donde el faraón era directamente un dios.
Las invasiones germánicas alteraron el modelo romano, pero mantuvieron el concepto de seres superiores a otros nacidos para gobernar por mandato divino. Entre las tribus germánicas, los líderes eran elegidos por la asamblea de hombres libres; pero solo los miembros de ciertas familias podían acceder al liderazgo tribal. Esta fusión entre lo bárbaro y lo romano fue la base de la nobleza feudal, con el rey a la cabeza, y los altos cargos del clero, que en su mayoría la nobleza capturó para sí.
Menciono a la Iglesia pues durante la edad media, si bien ella ejercía el monopolio en el gobierno del “alma”, y aunque declamaba riqueza espiritual y pobreza material, amasó una inmensísima fortuna en tierras, edificios, y tesoros materiales. De hecho, la iglesia pasó a ser el terrateniente más grande de Europa, y Roma la capital del nepotismo y de la intriga política. La iglesia, por el uso del latín y por su estructura jerárquica, administrativa y territorial, fue la continuadora del imperio romano.
El Marxismo- que fue producto de un intelectual mantenido por la misma “clase” a la que quería destruir- surgió a finales del siglo XIX y floreció magníficamente en los albores del siglo XX, muchos siglos después del establecimiento del catolicismo apostólico romano. Sin embargo, en infinidad de aspectos abrevó en la doctrina y la escolástica cristianas.
El paralelo se ve claramente, aun para el ojo no muy avezado: un nuevo reino en la tierra proclamado ya no por Jesús sino por Karl Marx. Este reino de felicidad y abundancia ocurriría en la tierra una vez que el ser humano se arrepintiera de sus pecados (“carnales” para el cristianismo, y “materiales” para el marxismo) y pudiera recibir en su corazón la gracia divina ya no del dios bíblico sino de su versión más moderna que era la revolución del pueblo pobre/proletariado. Para explicar este nuevo advenimiento en forma “científica”, el discurso marxista paradójicamente sigue la tradición eclesiástica: usa tautologías retóricas repetidas ad nauseam, que no son más que artículos de fe que no explican nada.
¿Por qué decimos que Marx se equivocó?
El San Pablo del comunismo varias veces equivocó en sus pronósticos:
- No hubo ninguna revolución del proletariado en Inglaterra. Por el contrario, el proletariado pudo -gracias a la democracia parlamentaria- alternarse legalmente en el gobierno con los sectores más “burgueses”, participando activamente en la vida política inglesa.
- La revolución profetizada por Marx sí ocurrió, pero en el imperio ruso, un país que todavía mantenía una estructura social feudal precapitalista, que de acuerdo a la liturgia marxista era el candidato menos probable.
- Planteó el devenir histórico como la evolución de la lucha de clases por el control y propiedad de los medios de producción. Este concepto agrario-medieval del sistema de producción ya era obsoleto en la época de Marx. Efectivamente, en la Europa más desarrollada -Inglaterra, Imperio Alemán, Suiza, Francia, y algunas regiones de Italia-, el método anquilosado de una nobleza propietaria de todo y la mayoría del resto de la población atada a la tierra con la obligación de trabajar gratis para el señor, ya había mutado a un sistema capitalista más moderno que consistía en pagar una renta en metálico por el uso de la tierra.
¿Es necesario adueñarse de los medios de producción para beneficiarse de su fruto?
El conflicto de clases se reduce a quién se apodera de las rentas generadas por el esfuerzo de la clase “no elegida”: los esclavos, los siervos de la gleba (semi esclavos o campesinos atados a la tierra), y los hombres libres (comerciantes, artesanos, obreros, etc.).
La respuesta a la pregunta la encontramos en la Argentina que es el mejor ejemplo de cómo no hace falta adueñarse de los medios de producción para ganar la “lucha de clases”. En nuestro país, la “nobleza” u oligarquía dominante ya no es la antigua aristocracia vacuna, sino la nueva casta política que detenta el poder. Este grupo inventó una democracia sui generis donde una vez cada cuatro años participamos de la farsa de elegir a nuestros «representantes», quienes -sin importar el partido al que pertenezcan- sólo se representan a sí mismos. La casta gobernante no necesita decretar la confiscación de los medios de producción -como le habría gustado a Marx-. En la Argentina puede alcanzar el mismo objetivo económico simplemente apropiándose de las rentas generadas por el esfuerzo de los ciudadanos, a través de las decenas de impuestos, normas arbitrarias, prohibiciones generales, y la concomitante corrupción. El estado es el socio mafioso al hay que pagar, aunque uno no tenga con qué hacerlo.
Es decir, Marx planteó erróneamente que para poder hacerse una tortilla había que ser el dueño de la gallina. Y la historia probó que no es necesario ser el dueño de la gallina: basta con adueñarse de los huevos que pone.