Palabras Prohibidas y Palabras Perdidas del Liberalismo – Parte II

Continuamos con esta serie sobre las Palabras "Prohibidas" y "Perdidas" del léxico liberal. En esta ocasión, nos centramos en aquellas palabras que se han transformado en "asociaciones espontáneas" en vastos sectores de la sociedad.

Continúamos el Artículo  Palabras Prohibidas y Palabras Perdidas del Liberalismo – Parte I

Palabra tabú: “Igualdad”

Hoy parece imposible mencionar a la igualdad como principio liberal sin ser tildado por propios como traidores, y al mismo tiempo por los espacios de izquierda como ignorantes. Sin embargo, la idea de igualdad surgida de las reformas sociales, se popularizaron a partir de las ideas Humanistas de la Edad Media Europea, mientras que se difundieron y consolidaron en los siglos sucesivos. El significado primigenio de este concepto, se enfocó en la deslegitimación del sistema de prerrogativas y privilegios propios del sistema feudal o monárquico de siglos pasados. Fundamentalmente, el concepto de Igualdad para el liberalismo significa que todas las personas son creadas iguales en tanto son humanas, y que por tanto tienen los mismos derechos y obligaciones. La expresión más acabada corresponde a la idea de igualdad ante la ley.

En un contexto de distorsión conceptual, esta categoría filosófica muta en un principio rector sagrado de la izquierda, resultando en la demonización de la individualidad y de sus expresiones más profundas, como el gusto, la opinión y la iniciativa. En pos de un ideal colectivo que “iguale” a las personas, y así evitar las supuestas “injusticias” surgidas de la “ambición personal” o codicia, resulta en una pérdida sostenida del nivel de vida, del empobrecimiento general de la ciudadanía, donde el sistema oprime a las personas buscando su completa asimilación en el asistencialismo.

Si los logros de la gente son desiguales ¿la igualdad de los resultados no sería injusta?  La “igualación” compulsiva es un juego de suma cero: No hay modo de igualar sin que alguien pierda lo que el otro gana. El Estado que cae bajo este designio populista saca a unos mediante impuestos, expropiaciones, confiscaciones, etc., para distribuir entre otros según sus intereses de corto plazo. En esta acción es donde hay riesgo que no se aplique la ley a todos por igual, sacrificando la equidad.  Es decir, la igualación compulsiva de las personas es moralmente injusta, más allá de los malos resultados que produce en la práctica.

Todos sabemos que tenemos diferentes condiciones iniciales, defectos, virtudes y externalidades circunstanciales por lo que alcanzaremos distintos logros personales en cantidad y calidad. Promover una igualdad universal en todo sentido no solo es imposible sino destructiva para el individuo, la iniciativa y el progreso.

¿Y qué pasa cuando hablamos de un concepto, ligeramente diferente, como la “Igualdad de Oportunidades”?

Aquí la cosa empieza a variar, pero aún es impreciso el concepto y alude a una utopía: dos personas son esencialmente diferentes, incluso, por no poder ver, detectar o aprovechar las oportunidades de la misma manera.    Una refinación mayor de este concepto es el de “Igualdad de punto de partida”.  Bueno, si la sofisticación de la charla permitió llegar a este nivel, es posible, que aquellos liberales partidarios de la educación (como Sarmiento y la generación del 80 en la Argentina) empiecen a redimensionar la palabra “igualdad”.  Y ojalá así sea, porque en efecto, el liberalismo tiene una posición diversa frente a este concepto, que entendemos es muy importante rescatar.

En general, en el mundo real se reconocen las diferencias de punto de partida, a través de una acción por parte de los Estados.  Suele estar enfocada en políticas vinculadas a la educación, a la salud, acceso a la justicia y a la seguridad.   Esta participación pública no tiene un correlato homogéneo en la literatura liberal. Y es una deuda pendiente dentro del liberalismo, dado que constituyen los bienes públicos fundamentales sobre los cuales se articula una república. 

Palabra ocultada “popular”

Referirse al “pueblo” y a lo “popular” se ha transformado en una especie de “mantra sagrado” de buena parte de la clase política tradicional.  Es tan usada por todo el arco ideológico que los liberales, solo para diferenciarse, la han excluido de su vocabulario como si fueran palabras que representan algo malo.  A tal punto se ha excluido que esto ha sido aprovechado para corromper el significado original con otra palabra que comparten la misma raíz: populismo.

Asociación espontánea: asociación mental sin restricción consciente, de ideas, sentimientos o imágenes mentales.   Asociación de una idea o marca a una palabra, en publicidad

Increíblemente, para grandes porciones de la población, víctima del adoctrinamiento que nos toca padecer, han equiparado la palabra populismo y popular con el mismo tono peyorativo.

Es un caso paradigmático de “asociación espontanea” logrado por la propaganda y por la espiral de silencio de los que debemos defender su interpretación primigenia.

Han instalado una igualdad del tipo: “Pueblo” = “popular” = “la gente común” = “la mayoría (oprimida)”

Que por supuesto queda de un lado.  Y del otro: “anti-pueblo”= “anti-popular”= “la elite” = “la minoría (explotadora)”

Para los liberales: pueblo = ciudadano = individuo.  Defender a la individualidad de la persona, es también defender al pueblo.  Sabemos que el resto es una construcción de acuerdo a teorías “de clases” que ya han fenecido en la práctica.  Pero por alguna razón, los liberales no han podido entender el truco, y han sucumbido al juego perverso de esta manipulación.  La paradoja de esto es que muchos partidos políticos que se identifican a si mismos como del “campo popular” no llevan en las urnas el correlato de su discurso, obteniendo porcentajes de votos bajísimos para los ideales que dicen representar.

Quizás, las plataformas liberales bien podrían incorporar estos conceptos, rescatando su significado original y apropiado.  Al fin y al cabo, fueron liberales argentinos quienes incorporaron la idea de “pueblo” en las instituciones fundamentales de nuestro país.  Lo popular no está en contra de las ideas liberales, y realmente ya están instaladas en la gente.  No tener miedo a usarlas es simplemente demostrar que cualquier liberal es parte del pueblo, y porque no, ser muy popular también.

Palabra arrebatada “Nacional”

El nacionalismo se empeña en reescribir la historia, con un relato forzado y conveniente a sus intenciones.

Otra imagen impuesta, muy conocida, es la de una “elite extranjerizante”, que pretende anular las tradiciones locales, so pretexto de una sumisión a un “poder extranjero”.  Nace así el concepto de “lo nacional”, como aquello caro al “pueblo”; y lo extranjero, como aquello caro a las “elites”.

Estas ideas surgen alrededor de mediados del siglo XX, con el advenimiento de los nacionalismos.  Desagraciadamente en Latinoamérica los tiempos pasan un poco lentos y pueden ser utilizadas hoy sin problemas para, una vez más, socavar el discurso liberal.

Estamos nuevamente frente a otro caso exitoso de “asociación espontánea” que los liberales no han sabido rescatar.  No hay nada que impida a un liberal ser muy afecto a las tradiciones locales.  De hecho, ¡nuestra patria fue fundada por verdaderos liberales! Nuestros próceres fueron formados a la luz de los ideales liberales. Cosa que no ha sido correctamente posicionada, a tal punto que la educación formal ni siquiera lo refleja adecuadamente.

En cuanto a las objeciones típicas del proteccionismo frente al libre comercio, aquí es un caso más de yerro intelectual. El liberalismo no ha podido desenmascarar la verdadera cara de ese proteccionismo: una elite empresarial sedienta de privilegios.  Nada tienen que ver eso con “lo nacional” o el “nacionalismo”, salvo cuando es utilizado como recurso para ocultar sus prebendas en ellos. 

Palabra distorsionada “solidaridad”

La solidaridad es una virtud. Nadie puede dudarlo.  Una persona solidaria es una persona digna de admiración por parte de todos. Por algún extraño designio, dentro del propio liberalismo se ha instalado que la solidaridad es algo “contrario” a los ideales liberales.

Ello no solo no es verdad, sino que además, el liberalismo propone el único sistema donde la solidaridad es posible. Esto es así, porque conceptos como la solidaridad, la caridad, el altruismo, etc.; solo pueden ser reales cuando son ejecutados en forma voluntaria.

Los sistemas políticos no son “solidarios”.  Ese es un atributo de las personas, y por sobre todo, un acto voluntario. El socialismo ha fundado buena parte de su teoría en el preconcepto de que el hombre es “un ser solidario por naturaleza”.  Como la práctica demostró que esto no era así, requirió de regímenes autocráticos para poder ser impuesto.  En otras palabras, se acabó la solidaridad en el mismo momento que fue impuesta por la fuerza.

Para el liberalismo, el hombre es un “ser libre por naturaleza”.  Incluso, es libre de ser solidario. O no, si no lo desea. Quizás esa abstracción histórica de Adam Smith acerca del hombre egoísta que busca su propio beneficio, su propio interés particular, como motor del interés empresarial y de la competencia, ha contribuido, astutamente manipulada, en pervertir la imagen del liberalismo como una idea que está en contra de la solidaridad.  Está manipulación, increíblemente ha sido pocas veces tratada en el discurso liberal y ha podido circular con poca oposición.

 Conclusiones

En primer lugar, el liberalismo debe rescatar y reformular el espíritu revolucionario que lo caracteriza. Ya no como forma de revolución estructural, sino como la sana rebeldía frente a los abusos del poder amparados en los derechos que nuestros próceres y padres plasmaron en nuestra Constitución y en nuestra alma colectiva. Es una obligación plantar bandera a los atropellos que se realizan en nombre de falsos ideales cuyo objetivo es someter al ciudadano, negándole su individualidad y el derecho a protegerla.

Por otro lado, rescatar la idea del progreso como motor del desarrollo personal y social, sabiendo que es requisito principal el crecimiento individual, pero no el exclusivo. La visión individualista del liberalismo teórico no es excluyente de la dimensión social o comunitaria que acarrea toda idea de progreso.  En el fondo, el liberalismo es la mejor expresión de la cooperación voluntaria en una sociedad.  La palabra “cooperación”, nos reclama también su resignificación.

Finalmente, es fundamental articular las ideas de libertad, con las de igualdad de manera que se complementen y que de esta sinergia, surjan programas liberales más representativos y realistas. No tener miedo de usar palabras que no están en contra de las ideas liberales. No dejar margen a la astuta manipulación de términos, que cuesta tanto desandar una vez que se ha instalado, sobre todo cuando ya han sido parte de programas exitosos auspiciados por nuestras ideas.

Debemos releer, revisar y reencontrarnos con las ideas que nos dieron forma como corriente política, como nación y como república, para trascender nuestra realidad política caracterizada por un liberalismo fragmentado, que a veces suena maniqueísta, teórico y foráneo.

Por Guillermo Rucci,  con la colaboración de José Luis Arata