Contra qué nos enfrentamos
Los interesados en asuntos económicos solemos referirnos a la inflación como el aumento generalizado y sostenido del nivel de precios en el tiempo, y la explicamos mediante la ecuación cuantitativa del dinero. Esta expresa que la cantidad de dinero (M), multiplicada por la velocidad de circulación (V), -que es la inversa de la demanda dinero- es igual a los precios (P), por la cantidad de transacciones (T). Así, suponiendo a V y a T como constantes, los precios de la economía solo dependen de la cantidad de dinero que por ella circula para realizar todos los intercambios. En tanto, como decía Milton Friedman, podemos asegurar que la inflación es “siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”.
Esto es más fácil de demostrar cuando pensamos en una economía de trueque, -sin dinero- en la que se intercambian bienes por otros semejantes. Cuando sube el precio relativo de uno de ellos, indefectiblemente otro debe de bajar: Si una naranja pasa de costar 2 manzanas a costar 4, el precio de la manzana varió de media naranja a solo costar un cuarto de esta. Advertimos entonces que sin dinero no es posible ese “aumento generalizado” que mencioné previamente.
Por ende, la inflación consiste en la pérdida de poder adquisitivo del dinero, y como los precios de todos los bienes están expresados en unidades monetarias, su secuela principal es el aumento estos. Por otra parte, las únicas responsables por ella, mientras la demanda de dinero sea estable, son las políticas monetarias del Banco Central, las cuales aumentan y disminuyen la oferta dineraria con diferentes operaciones, aunque dirigidas por normas como el Inflation Targeting o la Taylor Rule.
Por qué debería preocuparnos
La inflación -al igual que muchas otras políticas- influye directamente en los precios, los cuales indican a los agentes como actuar y guían su comportamiento. Por ejemplo, en situaciones normales, cuando un precio sube es la señal para que los productores reorienten sus recursos y aumenten la producción. Pero cuando hay inflación los precios no solo suben, sino que empiezan a distorsionarse, volviendo las señales en el mercado cada vez más difusas. En consecuencia, al distorsionar los precios la inflación envía señales erróneas y confunde a los productores y consumidores. Los precios son señales para el mejor funcionamiento del mercado de la misma forma que los semáforos son señales para el mejor funcionamiento del tráfico, de modo tal que estos deben permanecer inalterados para alcanzar los mejores resultados, en caso contrario, como en la metáfora, puede haber daños terribles (como la escasez o el desperdicio).
Otro efecto evidente de la inflación es la reducción del ahorro, que se ve desmotivado por la pérdida de valor en medida que los agentes prefieren otros activos líquidos en donde mantener su riqueza. Esto tiene apalancado una reducción del crédito y consecuente disminución del sistema financiero, ya que las personas se refugian en monedas de otros países y dejan de utilizar herramientas locales como el Plazo Fijo.
Asimismo, aumentan con este fenómeno los costos de transacción asociados a la búsqueda de información, que ocupa a los ciudadanos cuando recorren las calles en busca de mejores ofertas. Podríamos mencionar, además, la pérdida invisible de utilidad que hay en el no uso de ese tiempo para otros fines más valiosos.No obstante, los consumidores no son los únicos que sufren la inflación; sino que los empresarios pierden cuando se dificulta el cálculo económico y se acota el horizonte de planeamiento. Ganan, empero, cuando aprovechan la distorsión de precios en detrimento de la competencia, aprovechándose de los compradores que no saben cuando algo es caro o barato, o qué proporción de costos supone un respaldo al efecto inflacionario.
Las consecuencias continúan, vale agregar la reducción de la inversión externa e interna, la alteración que sufre el comercio internacional cuando se modifica el tipo de cambio real, la tendencia al bimonetarismo en ciertos mercados, o los efectos recesivos sobre la economía en su conjunto.
De manera no regulada, la inflación incluso redistribuye riqueza desde los asalariados -que mantienen en dinero todo lo que tienen- hacia los ricos, cuyas acciones y bienes aumentan nominalmente, dando lugar a una mayor desigualdad de manera injusta y arremetiendo contra la democracia liberal mientras crece el resentimiento y la disconformidad en la sociedad.
Es el gobierno el gran ganador de todo el proceso inflacionario, que, al crear nuevos medios de intercambio, substrae poder adquisitivo de todos los ciudadanos para financiar sus gastos. En el pasado los reyes lo hacían limando las monedas de oro para quedarse con parte de su metal y gastarlo en sus propios deseos, esto no ha cambiado hoy, a pesar de la sofisticación del proceso. Y cuanto más monetizan los Estados sus presupuestos, más crece la inflación que les sigue acompañada. Esto puede llegar a casos extremos, si no se encuentra por una u otra razón más forma de financiación que la emisión de dinero.
Qué hacemos
Es por todas estas razones que debemos acabar con el problema de la inflación cuanto antes sea posible, y evitar a toda costa que se transforme en uno de los grandes males de nuestro tiempo. La forma de hacerlo es terminando con todos los dispendios innecesarios del Estado y saneando sus cuentas. Un mensaje creíble por parte de las autoridades monetarias también es favorable en medida que se conserve credibilidad. Si no hacemos esto, por duro que sea, seguiremos empobreciéndonos día a día, hundiéndonos en el espiral inflacionario que nosotros mismos generamos al confundir dinero con riqueza. Una mayor oferta dineraria jamás logrará enriquecernos, sobran medios de pago, lo que hace falta es una mayor cantidad de bienes y servicios que solo el funcionamiento del mercado libre puede producir.
Auotor: Valentín Gutierrez
Lic. en Economía (en curso), colaborador de la Fundación Libertad y Progreso, Alumni de Estudiantes por la Libertad. 19 años