La Representación Política del Liberalismo: Darse Cuenta

Ante eventos que suceden en la sociedad, tomando nuestro país como ejemplo, podemos observar desde el Estado de Bienestar que por lo general se encuentran hipotéticas soluciones a conflictos o problemas que aquejan a la población. Es posible que el accionar no llegue a beneficiar a esa franja etaria o target en particular al cual se intenta proteger, ya que el legislador se preocupa por cuadrar una ley, y no por quién o como la lleven adelante.  Para medir el resultado es necesario verificar cuál sería (si lo observamos ex ante) o fue (si lo evaluamos ex post) el impacto social de esa política en cuestión.  Es muy común que las políticas implementadas bajo los criterios voluntaristas del Estado de Bienestar no den los resultados esperados. Naturalmente se perdonará la causa (que nunca puede ser equivocada) y se echarán culpas sobre la norma (mal diseñada) o la implementación, o cualquier otra razón.

De todas maneras, en su momento, el plan se ejecutó, y se mostró cómo logro.  Es decir:  sanción de la norma es igual a resultado, sin mas.

¿Pero como el liberalismo mostró históricamente esta realidad a la gente?  ¿La mostró acaso? ¿Pudo la ciudadanía comprender y asimilar el camino que mostraba el liberalismo? ¿Fue capaz de transmitir un camino? ¿Por qué el liberalismo no pudo ser lo suficientemente convincente y formador del ciudadano de a pie, para que una expresión política propia, sea acompañada en forma representativa?

El liberalismo sin voz

En el mundo de post guerra observamos el avance de movimientos políticos que tuvieron una mejor oferta para el electorado en la resolución “percibida” de problemas, desde la mirada del Estado presente o Welfare State.  Aquellos movimientos social-demócratas a veces, o populistas en otros casos; lograron penetrar en muchos estratos sociales, mientras que, las ideas políticas de corte liberal no gozaron de la misma receptividad, permanecieron inmóviles, o no tuvieron la profundidad y el conocimiento necesario para saber qué hacer y qué decirle a sus votantes.

En el siglo XIX se dieron la mayoría de las conquistas de nuestra identidad nacional, que se mantiene en parte desde 1853 y que la Constitución asegura en los valores fundamentales del ideario liberal: la libertad de las personas y la igualdad ante la ley.  Sin embargo, en el siglo siguiente, en una especie de “retroceso voluntario” vía la elección democrática del ciudadano común, se favoreció el surgimiento de ideas voluntaristas (y a veces de corte autoritario), que desvirtuaban los ideales fundacionales.

Párrafo aparte, a nivel internacional ya lo había mencionado Ludwig Von Mises de la Escuela Económica Austríaca en la década del ´20, en su libro El cálculo económico en la comunidad socialista, que el socialismo no funcionaría.  Pensar que, hacía pocos años que la Revolución de febrero de 1917 había provocado la caída del Imperio Ruso, y luego la Revolución de Octubre del mismo año había tenido lugar el movimiento Bolchevique. Sin embargo, salvo excepción, esta escuela económica fue borrada del mapa de la economía hasta la caída de muro de Berlín.

Volviendo con nuestro país, podemos citar, por ejemplo, a las políticas llevadas adelante por la UCR, el peronismo o los gobiernos militares, en una sucesión interminable que llega hasta nuestros días. Todo ello sin que el liberalismo pueda penetrar en la conciencia de la gente, tanto desde lo económico como desde lo social (donde el liberalismo parece haber fallado de plano el mensaje).

Darse cuenta

Promoviendo las ideas de libre mercado, el laissez faire, laissez passer, la no intervención del Estado, la mano invisible de Adam Smith, el Estado Fiscalmente responsable; todo eso, puede ser una condición necesaria pero no es suficiente.  Como expresa Karl Popper en “La Paradoja de la Tolerancia” (véase artículo ya publicado): “…Aunque parezca paradójico para mantener una sociedad tolerante, esta tiene que ser intolerante con la intolerancia…”. ¿Qué significa esto?  Que debemos alzar la voz, no callar, exponer y denunciar a aquel que promueve lo que implica la anulación de derechos constitucionales.  Así de simple.

Si queremos vivir en una sociedad libre, los principios rectores que deberíamos defender son: la igualdad ante la ley, la propiedad privada, los derechos individuales, la libertad de expresión, el libre mercado, etc.  Sin embargo, estos son vulnerados de manera constante frente a nosotros. En el pasado, por períodos dictatoriales y en la actualidad, por grupos de poder.

Una combinatoria letal para una sociedad libre:

Cortes de calle de agrupaciones cuasi extorsivas de la sociedad, Sindicalistas que actúan como mafiosos, empresarios que negocian con un Estado prebendario y corrupto; y una clase política que es capaz de “tomar” cualquier cosa que le parezca conveniente en el momento (expropiando activos, fondos de pensión, empresas que les garanticen un tipo de poder contractual en determinado sector y así aumentar su influencia).

Parafraseando a las propias ideas del liberalismo, no se puede hacer “laissez faire”, con quienes están dispuestos a anular la libertad. No estamos hablando de violencia ni caer en una contradicción con nuestros mismos principios. Ya el liberalismo ha sido injustamente asociado en nuestro país a gobiernos de facto, precisamente para hacer mas fácil la desarticulación de su ideario en la mente de la gente.  Como expresa Alberto Benegas Lynch: “el liberalismo es el respeto irrestricto por el proyecto de vida del prójimo…”. Nadie que se precie de liberal defendería la libertad, anulándola.  No hace falta mas aclaración. 

La Lucha es en las mentes

La misión es mucho mas costosa y trascendente que conformar un partido político.  Es apoyar a la nueva cultura desde los niveles más bajos hasta los más altos, ya que no habrá cambio cultural posible dictado desde las autoridades.   Como bien observamos estos años, de abajo hacia arriba, a través de referentes libertarios en los medios de comunicación, de asociaciones civiles educando, en las redes sociales comunicando, con referencias a las mejoras a largo plazo a nivel institucional en otros países libres; todo este bagaje de transmisión es la materia prima.  El producto: explicar que el trabajo en un país libre es no solo fuente de dignidad, sino también de prosperidad. Y Que la política, no es un fin en sí mismo, sino el vehículo para perfeccionar nuestras instituciones.  Por eso debe estar al servicio de la gente.

Todo esto para llegarle “al ciudadano de a pie”, que es aquel hombre o mujer libre que comprende que su país se deteriora, y busca una alternativa concreta.

Como vemos, la tarea excede por lejos la organización de la representación política.  Es condición necesaria, sí, pero hace faltas más.  Es la creación de los anticuerpos que inmunizarán para siempre a la sociedad, contra los destructores de derechos individuales.  Son los anticuerpos que le permitan a la gente “ver” y “detectar” al virus que carcome la institucionalidad.

Así, daremos espacio a estas ideas y podamos mantenerlas en el tiempo con logros, con éxitos, para ser el país que soñaron nuestros abuelos o bisabuelos inmigrantes cuando eligieron venir, porque a la Argentina se la consideraba un país próspero y libre.