Estimado lector, analizaremos aquí uno de los fenómenos más característicos de los argentinos: su increíble esquizofrenia en la forma de pensar. Una verdadera “fractura mental” que no reconoce paralelismo en otros países.
Describiremos el fenómeno como una suerte de “admiración” por el estilo de vida, el avance social, el tecnológico y el bienestar del Primer Mundo. A los argentinos nos gusta ese mundo. Queremos ser como ellos. Vivir como ellos. Tener sus casas y sus autos. Su estabilidad y su cultura. Su libertad y su respeto a las leyes y el orden. Son nuestro “Deber ser”. Hasta aquí no hay nada de malo. ¿Por qué no reconocer que esa situación es la deseable para nuestro pueblo? Lo llamativo es ese extraño pensamiento disociado que tenemos cuando nos preguntan “¿qué debe hacer un gobierno para llevarnos hacia esa situación?” Vemos a las claras que dichos países tiene una economía de mercado, administraciones fiscalmente responsables, respeto absoluto a las leyes y a los agentes de la ley (¡si, la policía!). Pero por alguna razón, ninguna de esas premisas las queremos para nosotros mismos. Es que el canto de sirena de los medios y nuestra clase política, parece nublar nuestra razón. El equilibrio fiscal nos suena a reducción del gasto público y ¡Ay, eso duele! La economía de mercado implica competir, esforzarse, arriesgarse. ¡No, no, no! Una adecuada protección del Estado es mejor para que nadie salga perdiendo. ¿Y la estabilidad de precios? No, eso no importa, porque después te aumentan el sueldo (notable este razonamiento).
«Una especie de bloqueo de la razón nos impide entender el sistema por el cual Nueva Zelanda es lo que es. O Finlandia. O Japón».
Más aún: todo eso es impopular. El pueblo es feliz con las dádivas del Estado subsidiador. ¡Y menos mal que lo tenemos! Por su puesto, de la mano de nuestra brillante y “popular” clase política. Si no, ¿qué sería de los pobres? ¿Quién se ocuparía de ellos y sus necesidades? Ah, ya se: el sano y digno sindicalismo argentino, cuya lucha (siempre legítima, verdadera y justa), impide eficientemente cualquier atisbo de movimiento del Status Quo.
Una especie de bloqueo de la razón nos impide entender el sistema por el cual Nueva Zelanda es lo que es. O Finlandia. O Japón. Ninguno de esos países, con historias tan diferentes, alcanzó el extraordinario progreso del que disfrutan vía las virtuosas “luchas populares” propuestas y ejercidas en nuestras Pampas. Los argentinos, en nuestra adicción por lo que se conoce como “popular”, hemos convertido en realidad un slogan que compramos, y finalmente es eso: un slogan. Hemos reverenciado ese concepto atractivo a nuestros oídos, y lo hemos convertido en un límite infranqueable, so pena de convertirse en un “antipueblo” quien ose violentarlo un milímetro. En nombre del mismo, nada puede tocarse, porque ¿quién que se precie de ser digno, puede afectar los supremos “intereses populares”?
Hemos insistido tanto, pero tanto en este camino que no paramos de aumentar el nivel de pobreza. Gobierno tras gobierno se rasgan las vestiduras y se llenan la boca de la palabra “Pueblo”. Todo se hace para el Pueblo. Pues bien, lo que las crudas estadísticas demuestran, es que ese Pueblo no ha parado de empobrecerse, en forma consistente y sistemática.
¿No será hora de relacionar mejor los efectos con sus causas? ¿No sería digno de nuestra clase política y de los medios de comunicación, que empiecen proponer que para ir en una dirección, hay que empezar a caminar en esa dirección?
Entender para enseñar. Iluminar para mostrar. Eso es lo que falta.