Los Equivocados y los Destructores

Américo Ghioldi (1899 – 1984) fue un político y maestro argentino del Partido Socialista Democrático. Fue director del diario La Vanguardia. En las elecciones de 1931 fue elegido concejal de la ciudad de Buenos Aires, y en las elecciones de 1938 y 1942 fue elegido diputado nacional. En 1957 fue «convencional constituyente» que realizó la reforma constitucional de 1957. En 1963 fue elegido nuevamente diputado nacional por la Capital Federal.

Reiteradas veces, en mi infancia y mi juventud, pude oír a mi madre hablar muy bien de un político argentino ya desaparecido: Américo Ghioldi.   Lo curioso es que tal político pertenecía al Partido Socialista Democrático, y mi madre no compartió nunca esas ideas.  Eso me resultaba extraño.  No podía entender cómo se puede admirar a alguien con una ideología profundamente equivocada.

Muchos años después, caminando por la calle Austria en el barrio porteño de Recoleta, pasé por un local del Partido Socialista (uno de los últimos que perduraron), y me llamó la atención que el local se denominara “Biblioteca Popular”, a diferencia de los “Comités” de la Unión Cívica Radical, o las “Unidades Básicas” del Partido Peronista.   Adentro, las paredes estaban tapizadas de estanterías llenas de libros viejos y amarillos.  Todo el local lucía antiguo, polvoriento y con una luz tenue. Era una edificación antigua y en el centro del mismo, alrededor de una mesa, estaban sentados un grupo de septuagenarios custodiando su soledad, en un extraño, repetido y disciplinado ritual. Parecían lo últimos guardianes de algo que existió.

Ese creo que fue el momento en que cobró cierto sentido el particular cariño de mi madre por ese político.  Ella hablaba muy bien de él,  por su honestidad,  su coherencia a lo largo de los años.  Sus palabras “es socialista, pero de los buenos”, encerraba una división muy clara en su mente: la división entre quien piensa distinto por convicción y quiere legítimamente difundir su idea, convencer desde la racionalidad; y quien pretende exactamente lo contrario: que lo voten, pero sin pensar.

Hugo Chavez y Ricardo Lagos

Los liberales nos identificamos con una idea. Con un pensamiento. Con una forma de entender el mundo, la sociedad y el individuo.   ¿Quién es el centro de nuestra crítica? Lógicamente, quienes tienen una idea opuesta: el colectivismo en cualquiera de sus formas.  Quizás es hora de que completemos esa visión.  Quizás es hora de entender que hay un enemigo mucho más peligroso.  Un enemigo que rehúye la discusión ideológica, sencillamente porque no la considera importante para sus fines,  y porque sabe de antemano que es un terreno donde no puede (más bien no debe) transitar.

Alfredo Palacios y Juan D. Perón

La lucha de hoy ya no es contra una ideología, es contra “la no-ideología”.  Es la lucha contra quienes pretenden desactivar el pensamiento de los ciudadanos.   Reduccionistas natos,  que encuentran en el poder de las imágenes y actitudes simbólicas, la captación de un voto inconsciente.  Un voto emotivo e irracional.   Aquellos que necesariamente,  de acceder al poder,  harán lo imposible por propagar su mejor garantía de permanencia: la destrucción del pensamiento crítico y por ende, la educación.   No me refiero solo a la educación formal,  sino tamibén al rol educador de los medios y de la clase política en general.    Ese es el camino: medios adictos o idiotizantes que faciliten la imposición de falsas disyuntivas, para no acceder jamás a una discusión de ideas.    Sumergir durante horas de radio, televisión y redes digitales a la todo un pueblo, para que el único tema de conversación sea una interminable agenda de cortinas de humo.

Alfredo Bravo y Herminio Iglesias

Para estos verdaderos adictos al poder,  no hay ideología que valga. Cualquier colectivo (1) los deja bien,  dado que sus medidas de gobierno se acomodarán a la circunstancia,  y siempre tendrán un justificativo perfecto: son la obra maestra de un genio y por eso no tienen discusión posible.   Ellos mismos se reinventarán una y otra vez, alternativamente.  Diciéndose y desdiciéndose con un descaro insólito e insoportable para cualquier ser humano pensante.  Pero ya no importa, porque cada vez quedan menos “de esos pensantes”.

Eh aquí la clave de su peligrosidad: intentarán siempre torcer el sistema republicano y democrático, para perpetuarse en el poder.   Un socialista democrático que accede al poder, seguramente provocará algún grado de daño en la economía (dependiendo las posibilidades que haya tenido de llevar a la práctica sus erróneas ideas).  El funcionamiento del sistema democrático lo reemplazará y será una lección aprendida para los ciudadanos.   Es por eso que hoy miro, con cierto sentimiento de disculpa e indulgencia a un socialista de corazón.  Quizás, podamos coincidir en que, al fin y al cabo, un socialista es alguien simplemente equivocado; pero en cambio un populista, es un destructor infame y a consciencia.

 

(1) Autobús en Buenos Aires