En todo momento hay un vencedor. Aunque ya no es aquel que ganó la guerra. No es el triunfador bélico. Hablamos de otro tipo de vencedores. Los que ganaron la batalla de los medios. La batalla por la conquista de las mentes. Y ellos, son vencedores porque han impuesto su historia. La han transformado en la historia que nos cuenta todos los días. En la escuela, en la universidad, en los medios de comunicación, en las redes. Su presencia constante, subliminal y omnipresente cala tan hondo, que su historia se ha vuelto la verdad indiscutible.
Pero, ¿quiénes son hoy los vencedores? Solo basta presenciar una clase en la Universidad o en un colegio secundario. O leer uno de los textos oficiales. No son aquellos que defienden los valores de la libertad. No, claramente no.
El ejercicio a realizar, es ver la historia que se cuenta, y bajo ningún concepto considerarla la única, o la verdad última. El ejercicio es entender que hay más de una historia, más de un punto de vista. ¿Qué han hecho estos vencedores del relato más que cercenar disidencias? Y esto tiene una razón de ser: mostrarse como la única historia, porque si una persona puede pensar diferente, si puede imaginar una historia diferente, ellos no tienen control sobre ella. Y estos vencedores saben muy bien ello, por eso al librepensador, al que se opone, lo estigmatizan. Porque vencer en el relato consiste en un mecanismo de anulación de otros posibles vencedores. Cuentan con ese inconsciente colectivo que trasporta las ideas de generación en generación para asegurarse el criterio único, la monopolización de la razón.
Walter Benjamin escribía en el año 1940, que sería el último de su vida, sus Tesis de filosofía de la historia. En ellas declara que la historia la cuentan los vencedores.
Filósofo, traductor, escritor, poeta. Sufriendo el ser judío en la Alemania nazi, Walter Benjamin vive en el dolor del exilio. El 26 de septiembre de 1940, a la hora de cruzar la frontera franco-española en Portbou, su visa estadounidense no es aceptada. Antes que retroceder y caer en manos de la Gestapo, el autor decide acabar con su vida ingiriendo una sobredosis de morfina.
Quien ha sido vencido por la historia, quien ha tenido que renunciar a su vida, no puede hacer más que intentar redimir el pasado, intentar contar su historia, la de los vencidos.
Han pasado muchos años desde el nacimiento del fascismo, y de las dictaduras comunistas. Quizás, hasta las vemos lejanas. Sin embargo, seguimos discutiendo los mismos problemas. Seguimos intentando ser libres en un sistema que no tolera la disidencia, que no tolera a “otro”. Seguimos luchando contra el totalitarismo ideológico. Tanto es así, que la palabra “liberalismo” hoy es recibida con el ceño fruncido, cuando debería ser bienvenida. Porque el liberalismo no es sino poder vivir sin que otro imponga su forma, y sin imponernos a otros. ¿Hay acaso valor más sagrado? ¿Hay acaso mayor anhelo que vivir y dejar vivir?
Pero los vencedores han sido inteligentes, muy inteligentes, por eso han vencido. Han asociado la palabra “liberalismo” a una forma económica, y con esta excusa han impuesto su forma de vivir, asfixiando a ese otro, que tanto molesta al vencedor. Han impuesto su doctrina, puesto que una ideología que se considera a sí misma la única válida no es más que una doctrina, desde la cuna. Han hecho creer a nuestros niños, a nuestros jóvenes, y a los que ahora son adultos, que pensar diferente está mal. Por si acaso, el que piensa diferente calla. ¿Cómo quitamos este impedimento de la mente de nuestra gente? ¿Cómo recordarles el valor del libre pensamiento?
Derecha, izquierda, ¿nada más? ¿Tan poca imaginación nos han permitido desarrollar? ¿Cómo podemos ser libres, si nos han quitado la posibilidad de imaginar? El reduccionismo es su arma letal. Quizás, convenga un poco reflexionar en ese concepto de “la moral del Rebaño” de Friedrich Nietzsche, esa crítica terrible al comportamiento humano puramente sumiso e irreflexivo sobre los valores dominantes. Pero no sólo la crítica, sino también una invitación a rebelarse contra la moral imperante e imaginar algo diferente.
Primero hay que poner en duda la historia, esa historia que ha escrito el vencedor, todo lo que te han contado, todo lo que te han asegurado que es verdad. Si ponemos esto en duda, seremos libres para poder imaginar, para poder pensar por nosotros mismos, y crear algo mejor que lo que nos ofrece ese vencedor.
¡ Dudar, pensar, y ser libre para imaginar !